EL ESPÍRITU CELTA
Aprovechando el tibio sol de otoño,
te escribo desde el asentamiento celta de Castrolandín, aldea fortificada del
final de la Edad de Hierro en la Galicia profunda, a mitad de camino entre
Santiago y Pontevedra. Arqueológicamente recuperado hace poco, como otros
cientos, este poblado forma parte de la denominada cultura castrenxe que se
extendía entre los ríos Duero y Sella y que
se dio por terminada cuando los romanos decidieron anexionar también a su
imperio el noroeste la Península Ibérica.
Algunas familias
procedentes de cercanos castros sobrepoblados osaron afincarse en este otero aún
a sabiendas de que el trabajo iba a ser brutal. Explanaron la cima de la colina
y con el material extraído construyeron rudimentarios parapetos defensivos y un
foso alrededor. Fortificaron la loma con una doble muralla circular usando la
roca más abundante en la zona, la piedra caliza, la misma con la que levantaron
sus redondas casas.
Cada choza tenía anexos
un espacio oval para el grano y otro para el ganado, con planta de piedra hasta media altura -que
es lo que se ha conservado-, rematados con vigas de madera y una argamasa
frágil de forma cilíndrica en los laterales y cónica en la techumbre de ramajes
entretejidos, sujetado todo por un tronco central. En el interior, un rústico
lar a ras de suelo para cocinar y calentar.
El motivo de
establecerse aquí precisamente, se puede
adivinar todavía hoy. Un espacio en alto, desde el que se domina toda la
región, fácilmente defendible, con el frondoso valle del río Gallo por delante
y un caudaloso arroyo por detrás, franqueado de bosques de robles, castaños,
nogales y, sobre todo, encinas. La harina de bellota era la base de su
alimentación. Había abundante caza mayor, menor y pesca. Contaban ya con explotaciones auríferas, férreas y plúmbicas. Qué más se podía pedir.
En la época no existían
ni por asomo la unidad política ni la homogeneidad cultural ni religiosa, lo
que concedía a los castros una independencia y autonomía difícilmente
imaginable en el actual mundo globalizado. Las endebles estructuras defensivas
y la ausencia de armas en las
excavaciones, hacen pensar en unos habitantes pacíficos dedicados a la
agricultura, la ganadería, la cantería, la minería, la metalurgia y algunos
oficios más sofisticados y artísticos como la cerámica, la escultura y la
joyería.
No hay edificios mejores
que otros, ni tampoco templos ni cementerios y eso nos lleva a suponer una
sociedad igualitaria, clanes muy poco jerarquizados y la ausencia de
sacerdotes. Los ancianos eran la voz de la experiencia y en consecuencia sus
opiniones eran sabias y respetadas. Que la transmisión fuera hablada permite
especular mucho sobre los celtas, habiéndose llegado durante el romanticismo a
inventar mitos y leyendas de los que a la gente le gusta oír y creer, con
druidas, hadas y meigas de protagonistas, pero sin ninguna base
científica.
Pero no he venido por
cuarto día consecutivo a sentarme en las murallas de estas ruinas para contarte
su historia. No. Lo que quiero transmitirte son mis sensaciones desde que crucé
la puerta de entrada por primera vez. Eso es lo realmente inquietante, lo que me moviliza, me excita y
hace meditar. El poblado está lejos de donde vivo. Qué fuerza magnética
me atrae hacia aquí. Qué energía esotérica se apoderó de mí al entrar. Por qué
me embarga esta emoción tan intensa desde que entré. Por qué tengo la sensación
de haber estado antes aquí, de sentirme familiarmente
como en casa. Por qué percibo presencias y sin embargo no tengo miedo en este
lugar alejado y solitario en mitad de la nada.
Quizás, las respuestas
la sepan las únicas testigos que han sobrevivido milenios y siguen aquí a mi
lado revoloteando, silenciosas y expectantes. Las aves, que la espiritualidad
céltica relacionaba con el regreso de las almas de los muertos.
Ya sabes Antonio, de mi atracción por los búhos, lechuzas y mochuelos, me cautivan y os doy a los/as amigos/as las buenas noches con alguna bonita fotografía de alguno de ellos. Para los celtas el BÚHO era un ave sagrada, una de las más RESPETADAS, la única eficaz contra los "MALEFICIOS." Para que su energía fluyera, tenían que estar cerca por voluntad propia, era una ofensa tener un ave enjaulada, disecada, utilizar plumas para decorar o adornar... si ésto no se cumplía no recibirían nada de su energía benéfica.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu relato y esperando el de la próxima semana. Un abrazo.