SOMBRAS


                                                                                                                                      25/04/25

SOMBRAS

                                                                          No pretendas que lo que ocurre ocurra como tú quieres,

                                                                                                              sino quiere que lo que ocurre ocurra como ocurre. Así

                                                                                        el curso de tu vida será feliz. Epicteto.


            Juan de la Cruz decía que el secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal cual es. En general, las tradiciones orientales, la clásica y distintas corrientes de las psicologías actuales coinciden en subrayar la importancia de aprender a abrazar con la misma intensidad lo bueno y lo malo que nos sucede. Perdemos demasiada energía rechazando lo que no nos gusta, una actitud negativa que suele terminar agrandando lo que tratamos de repeler. Nos resistimos a abandonar las creencias, a los miedos, a las pérdidas, a las aversiones, a los sentimientos de culpa o inseguridad y lo único que conseguimos es que crezcan exponencialmente. La mejor forma de evitar que el sufrimiento aumente es la aceptación total de lo que nos pasa, de todo, de lo que nuestra mente etiqueta como mejor y como peor, de los éxitos y fracasos, de los aciertos y errores, de las euforias y depresiones, de las luces y  sombras. Robert Harvey vivió una durísima etapa en la que llegó a estas conclusiones de forma natural, sin libros de autoconocimiento, sin psicólogos ni psiquiatras, sin yoga y sin Dios. A pulmón.

            Pasados 21 años de su muerte, en honor de la verdad y aprovechando el interés que despierta incluso entre los que no lo conocieron, creo que ha llegado el momento de descatalogar alguna de las sombras de una persona a la que se le acumularon las desgracias más duras en un corto periodo de tiempo. Podríamos decir que Robert tuvo su caída al abismo, su travesía del desierto, su larga noche oscura y su irreversible cruce del Rubicón, en solitario, como tiene que ser. Primero Montse Martín y yo y después Michael Cano, fuimos afortunados testigos de este excepcional proceso de transfiguración, del que ahora somos conscientes.

            Habría que empezar cuestionando el motivo por el que Robert emigró a Europa. Ya había hecho una intentona anteriormente que terminó entre los bereberes marroquíes, en la que huía de sus demonios personales, del desencuentro traumático con la madre de su hijo y del sexo, drogas y rock and roll imperantes en San Francisco. Cuando a principios de los setenta se afincó definitivamente en España argumentó que quería evitar que su hijo fuera a la guerra de Vietnam, una excusa superficial que le sirvió para poner fin a su pasado americano. La guerra no era más que la parte visible de un iceberg bastante más profundo.

            Los primeros años en Macharaviaya fueron dichosos. Ilusionado con su nuevo proyecto vital, su paulatina adaptación a una nueva cultura, el aprendizaje de la lengua, la reconstrucción de la casa de la Huerta del Ángel y la aparición del amor, sirvieron de bálsamo para cerrar las viejas heridas. Las divergencias empezaron cuando se le fue viendo el plumero de rojo demócrata y mariquita en una sociedad con una mentalidad franquista en buena parte de sus habitantes. Además, hubo un intento de instituir una semana cultural entre la pléyade de artistas que casualmente se habían establecido en la villa en esos años. Demasiados egos en este conato fallido que lo aislaron un poco más.

            Poco a poco, la situación siguió deteriorándose. Tras unos idílicos primeros años, su relación de pareja se fue rompiendo hasta terminar lamentablemente, con agresiones verbales muy dolorosas en unos momentos en los que Robert fue diagnosticado de un cáncer de colon en avanzado estado. En este durísimo trance, la mayoría de sus amigos malagueños, que lo eran por parte de su ya ex, hicieron mutis por el foro. Por si esto fuera poco, casi todas las llamadas de sus amigos californianos eran para informarle que su hijo, les había ido sisando uno a uno el dinero de sus pequeñas empresas… impotencia, desesperación, rabia, sufrimiento, llanto y soledad fueron las sensaciones de esa época.

            Así que, a finales de los ochenta, nos encontramos a un Robert hundido física y mentalmente. La operación duró casi seis horas y el posoperatorio se hizo eterno, no es fácil acostumbrarse a un ano contra natura, el cuerpo se resintió mucho y la cabeza más. Al dolor físico se le sumaba el de la ruptura sentimental y la sensación de estar solo para salir adelante. Pero una vez tocado fondo se produjo el milagro de la autotransformación. Como el ave Fénix, renace de sus cenizas un Robert iluminado, más amoroso, más sabio, más apasionado, festivo, detallista, generoso y agradecido que nunca, decidido a escuchar a los demás, a preocuparse solo por lo verdaderamente importante, a apreciar los pequeños detalles, a apartar las energías negativas, a valorar la amistad por encima de todo, a provocar conversaciones interminables alrededor de una rica comida y un buen vino.

            Perdido el miedo, empezó a pintar con la soltura de los maestros. Con brochazo seguro abordó temas imposibles hasta ese momento: campos de silencio, trigales, almendros en flor, olivares, capuchinas, iris, buganvillas… la Naturaleza invadió sus lienzos. Todo le venía bien, abrió de par en par su corazón y las puertas de su casa y se dedicó en cuerpo y alma a disfrutar de esta propina que la vida le ofrecía.

Comentarios

  1. Buenas, Genial, siempre las historias contadas me saben a poco, me encantan, quiero seguir leyendo, Antonio,para cuando un libro? Espero que dentro de poco tiempo....😘😘😘

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