LA GUERRA

 

                                                                                              13/12/24

LA GUERRA

 Todos nacemos felices. Por el camino se nos ensucia la vida, pero podemos

 limpiarla. La felicidad no es exuberante ni bulliciosa, como el placer o la

     alegría. Es silenciosa, tranquila, suave, es un estado interno de satisfacción

   que empieza por amarse a uno mismo. Isabel Allende, El amante japonés.

 

                        Dice Enrique Martínez Lozano, experto en psicología transpersonal, que los bebés nacen con varias necesidades físicas y psíquicas. Tras el abrupto cambio de medio que les supone el parto, los recién nacidos necesitan sentirse cálidamente recibidos. Nada mejor que una cariñosa acogida materna y paterna, una alimentación adecuada y sana para cubrir sus necesidades corporales y mucho amor para las afectivas. El pequeño empieza a formar su psique, su carácter, su personalidad en este primer contacto con sus padres. Sostiene Martínez Lozano que, si en esta etapa el bebé siente algún tipo de rechazo o no siente cubiertas sus necesidades somáticoafectivas, no culpa a sus padres, sino que se culpa él y este sentimiento de culpabilidad lo acompañará el resto de su vida, si de adulto no lo remedia. El niño culpable empieza así a desenraizarse, a desconectarse de su esencia, a sentirse vulnerable en un mundo inhóspito. Una primera batalla perdida que marcará tristemente su existencia. La guerra ha comenzado.

                        En su etapa de formación, las escuelas, los institutos y las universidades, con honrosas excepciones voluntaristas, con unos objetivos y contenidos artificiales ajenos a los de los jóvenes, tienden más a satisfacer los intereses de autoreproducción del sistema y para ello nada mejor que unos infantes sumisos y consumidores, acomodaticios, grises, que no piensen con su cabeza. Decía Picasso que todos los hombres nacemos artistas, y es cierto, pero nuestro sistema educativo se encarga de ir castrando la creatividad de los alumnos hasta su extinción. Con estrategias sutiles, muchas veces inconscientes -eso no se hace así, el otoño no es de ese color, no te salgas de la raya, tú no sirves, aquel es mejor que tú- el arte innato se va poco a poco encorsetando y finalmente desapareciendo. Esta castración invisible de la creatividad, afecta directamente a su personalidad, a su individualidad, a su capacidad de socialización, a su sentido crítico, a su libertad de pensamiento, a su escala de valores. No interesan los librepensadores, ni los originales, ni los inconfomistas, ni los diferentes, ni los creativos. Interesa lo gris, lo homogéneo, la masa amorfa y consumidora. Así, los jóvenes van creciendo perdidos, cada vez más alejados de su génesis, cada vez más desvinculados del sentido original de su existencia. Una segunda batalla perdida que nos desorienta aún más, nos desapega de nuestra naturaleza humana y nos produce un profundo vacío que nos acerca a la búsqueda de adicciones disfrazadas de divertimento, de carreras hacia adelante, de soluciones ficticias que pongan fin a la soledad, la culpa, los miedos, las inseguridades, las ansiedades, las depresiones…

                        De adultos la guerra continúa endureciéndose, nos encontramos con una sociedad embaucada por un sistema social voraz con una sola biblia: el capital, el negocio, las finanzas, la plusvalía, la acumulación de dividendos y el consumo. Tanto tienes, tanto vales, una ley de la jungla que día a día aumenta exponencialmente las ya desmesuradas diferencias sociales. El neoliberalismo imperante, con el mercado totalmente desregularizado,  solo apunta a empeorar el deterioro actual: avance mundial de la extrema derecha, cuestionamiento de la democracia, aceleración de la degradación medioambiental, más guerras, retroceso del feminismo y demás movimientos igualitarios, salarios más precarios… llegados a la adultez, sintiendo con la impunidad que se cometen las injusticias, sintiendo la polarización de la sociedad, sintiendo la falta de reacción colectiva, sintiendo dolorosamente que cada uno ha aprendido a ir a lo suyo es cuando nos damos cuenta de lo importante que hubiera sido que nos hubiesen formado en otros valores en la casa y en la escuela. El centro de gravedad se desplaza aún más fuera del ser, el acento se pone en el tener, la felicidad está en poseer.

                        Además, siempre hay en esta edad un bienintencionado familiar que te aconseja buscar pareja, casarte para ser feliz, siempre hay una buena propaganda que te encandila con comprar un coche mejor, una casa en la playa o un viaje a Hawái para ser feliz, siempre esta sociedad te ofrece un motivo para que busques la felicidad fuera de ti, de tal forma que, si no encuentras a tu príncipe azul, no tienes un cochazo o no viajas en globo te sientes un desgraciado. Y si en la infancia y la adolescencia nos habíamos alejado de nuestra auténtica razón de ser, de adultos la enajenación es total. Estamos a estas alturas tan identificados con nuestra mente que somos incapaces de salir de ella, de ver más allá, de abandonar el egoísmo y la misantropía que hemos mamado, de darnos cuenta que somos algo mucho más profundo que una cabeza pensante. Nuestra mente ha aprehendido apegos, aversiones, miedos y creencias que nos impiden ver la realidad tal como es. Tendríamos que deconstruirnos, desaprender lo aprendido, borrar las autovías neuronales que tenemos en nuestro cerebro y, en definitiva, ver en la mente un instrumento único y valioso para pensar, recordar o programar, sin identificarnos con ella. Esa vocecita que nos habla incansablemente nos ayuda a entender lo que nos pasa, pero no somos nosotros. Hay que bajar de la mente al corazón y en ese excitante tránsito nos va la vida. Dejar de buscar fuera y empezar a hacerlo hacia adentro, indagar en el verdadero sentido de nuestra existencia, ser conscientes de que hay una espiritualidad latente ignorada hasta ahora que nos está esperando.

                        Como el sexo y la muerte, el tema de la salud mental es tabú, no se habla de él, aparentemente todo el mundo está bien, pero si sumásemos el número de suicidios con el de deprimidos, angustiados, ansiosos, estresados, alcohólicos y demás drogadictos que huyen de su infierno particular, la cifra daría miedo, sería como para cuestionar seriamente el modelo social en el que vivimos. La mayoría estamos fatal de la cabeza, pero nadie dice ni pío, sobrevivimos soñando con un futuro mejor que nunca llega. Por eso es imprescindible hacer un disciplinado esfuerzo para salir de la identificación mental. En este estimulante camino de la sombra a la luz, de la ignorancia a la sabiduría, de la mente al corazón se descubren el agradecimiento, el perdón, la compasión, la alegría, la paz y la felicidad, que son distintas formas de amor. Aprendemos primero a darnos cuenta, a aceptarnos como somos, a amarnos a nosotros mismos y después a los demás, aprendemos a abrazar lo bueno y lo malo que la vida nos trae, a vivir en el presente, a disfrutar, aprendemos que los errores, los fracasos y las caídas son oportunidades para levantarnos más fuertes, para crecer. Sentimos un contento interior y un sosiego inexistentes hasta ahora, descubrimos una infinita espaciosidad silenciosa. 

                        Un proceso amoroso de autotransformación en el que cambiamos nuestra forma de apreciar la realidad, aparece una nueva visión del mundo, un nuevo paradigma, una perspectiva diferente de lo que sucede a nuestro alrededor: todo está conectado con todo a través de la esencia de la Vida como denominador común. No hay dos, todo somos uno, todo somos Dios. Entonces, solo entonces, la guerra habrá acabado.

 

 

 

                       

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