¿QUÉ EDUCACIÓN? SOBRE LA CEGUERA III



                                                                                                                                               20/11/2021.

SOBRE LA CEGUERA III

¿QUÉ EDUCACIÓN? 

            Decía en el anterior texto, MI NADA, que en la deriva que tomó el patriarcado que se configuró a partir de la revolución agrícola y la privatización de la tierra que comenzó entonces, las primeras víctimas fueron las mujeres que desaparecieron de los círculos de poder y pasaron ninguneadas a formar parte de la dote. Y aunque en ese trascendental cambio perdimos todos, los niños sufrieron especialmente la desaparición del matriarcado, sobre todo a partir de la revolución industrial. Las mujeres fueron incorporándose progresivamente al mundo laboral, a esta orgía producción/consumo irracional que ha terminado imponiéndose prácticamente en todo el planeta, y abandonaron la razón de ser esencial que conlleva el hecho de ser voluntariamente madre: la crianza amorosa. Ya sé que en la actualidad no es políticamente correcto reclamar esta crianza en apego -que por cierto se está volviendo a poner de moda en los países del norte, pioneros en poner en práctica la  renuncia a la lactancia materna -, puede parecer que uno se opone a que la mujer trabaje o que está en contra de los principios básicos de la emancipación femenina, pero es preciso anteponer la trascendencia de la determinación conscientemente premeditada de ser madre -y padre- a todo lo demás.

            Uno de los aspectos más grave de esta dejación materna contra natura es que, a día de hoy, no ha habido ni siquiera un acto oficial de conciliación con las madres que les garantice, al menos hasta los seis años, poder criar  su prole con dedicación exclusiva, un sueldo digno y continuidad en su último trabajo. A los estados y a las empresas les ha salido muy barata la incorporación de la mujer al trabajo. Ellas, sin embargo, han debido aprender a desdoblarse pues, en la mayoría de los casos, trabajando fuera, han seguido siendo las responsables de las tareas domésticas. Un duro desdoblamiento que  sigue sin valorarse actualmente, pese a que los hombres nos declaramos incapaces de soportar semejante carga de estrés.  

            Los estados y la iniciativa privada han contribuido con leyes, una red de guarderías y escuelas infantiles para facilitar que las madres produzcan también fuera de su hogar, generalmente en condiciones de inferioridad respecto a los hombres. Incluso ahora se habla -¡desde la izquierda!- de implementar la escuela pública de 0 a 3 años. Esto, para hacerlo bien, significa una inversión escandalosa. Hay que comprar los terrenos, construir los centros, empezar a formar docentes especialistas en esta edad, presupuestar los pagos a los miles de profesionales que los gestionarían, etc. Y lo que me pregunto es si no sería mucho más fácil, barato, rentable, razonable, lógico y humano poner en valor la maternidad y un sueldo digno a las madres -o, en su defecto, a los padres- para que cumplan sosegada y amorosamente el sagrado objetivo que se han propuesto al tener un hijo.

            Están apareciendo cientos de enfermedades raras, nuevos síndromes infantiles a los que la ciencia no encuentra explicación, pero todos sabemos que están relacionados en un alto porcentaje con el desequilibrio emocional que les produce a los críos este destete precoz antinatural.  Cuando pase algún tiempo y la Humanidad mire hacia atrás, se verá esta época de injusticias y desmesuras con el mismo horror que contemplamos actualmente La Inquisición, Las Cunetas Españolas o el Holocausto Judío. Lo que se está haciendo con los críos tiene ya un silenciado índice de suicidios altísimo, entre la población más joven.

            El psicoterapeuta Enrique Martínez Lozano describe detalladamente las necesidades fisiológicas, psicológicas y afectivas que tenemos en los primeros años de nuestra vida. La primera necesidad del bebé es sentirse reconocido, sentir que sus progenitores están felices por el hecho de que él haya nacido. Los cuatro cauces para que este reconocimiento se produzca son el cuerpo -caricias, abrazos, masajes-, la mirada cálida, la palabra dulce y el tiempo de calidad que le dedicamos, que el crío sienta que él es lo más importante. La primera consecuencia de no cubrir estas necesidades biológicas es un miedo que se instala para siempre en su cuerpo y en su mente. Nos queda una carencia vitalicia, una inseguridad afectiva que nos produce frustración, inseguridad, timidez, ansiedad, culpabilidad y sentimientos de inferioridad e indignidad. Cuando ignoras o maltratas a tu hijo, añade Martínez Lozano, él no deja de amarte, deja de amarse a sí mismo.

            Además, que los padres, agotados de trabajar, de producir y consumir, pasen literalmente de sus hijos, genera en ellos una mala conciencia que les lleva a una sobreprotección tan dañina como el pasotismo. Esta educación altamente permisiva produce tres efectos muy negativos. Inseguridad, ya que los pequeños necesitan unos límites claros, síndrome del pequeño dictador y una baja tolerancia a la frustración. La firmeza educativa sirve para que el niño aprenda a gestionar la frustración. El arte de educar, concluye Martínez Lozano, consiste en conjugar simultáneamente cariño con firmeza. En una sociedad que exige cursos de formación y títulos para todo, es increíble que no se pida nada para ser padres, la más sagrada y grave de nuestras decisiones.

            Por si este lastre familiar fuera poco, la formación de los pequeños se complementa con una institución tan nefasta como la escuela, diseñada exprofeso para cubrir las demandas de un insaciable sistema capitalista, ávido de mano de obra sumisa y barata. Las comentadas necesidades psicoafectivas de los chavales vuelven a ser ignoradas en unos currículums trasnochados, artificiales y totalmente ajenos a sus menesteres vitales, en los que no aparecen asignaturas esenciales que profundicen en el sentido de nuestra existencia, cómo aprender a ser feliz y a disfrutar, fisiología y biomecánica del cuerpo, la propiocepción, alimentación sana, los caminos del placer o la importancia del amor o la creatividad. No es casualidad tampoco que Magisterio sea la carrera más corta y fácil. Qué mejor que maestros grises, para obtener alumnos grises. Una prueba inequívoca de la inexistente  voluntad política que hay de cambiar esto, es que en los más de 40 años que llevamos de democracia, ni una sola vez se ha consensuado una ley integral de educación que se ocupe de actualizar tanto la paupérrima formación de maestros como las programaciones escolares obsoletas.

              Claro que hay docentes -y padres- autodidactas, inconformistas, transgresores, responsables y comprometidos con su profesión, pero son excepciones que la administración se permite el lujo incluso de premiar, sabiendo que el ejemplo no va a cundir. Maestros bien formados, con una vasta cultura, con un profundo conocimiento en humanidades, en historia, antropología, filosofía, psicología… seguramente derivarían en librepensadores y facilitarían generaciones de librepensadores. Y eso es muy peligroso. La importante figura del maestro/tutor de la Antigüedad  Clásica o el Renacimiento, como transmisor de valores eternos, ha ido deviniendo en la de un mero portador de unos contenidos memorísticos, inútiles en un mundo altamente tecnologizado.

            Según el prestigioso pedagogo Ken Robinson, las escuelas matan la creatividad. Son famosas las siete mentiras que adjudica a esta institución, que le suponen un soporte falso, un argumentario que él desmonta uno a uno. Para Robinson el pensamiento divergente innato es la capacidad que tiene el ser humano de encontrar muchas respuestas posibles a una única pregunta. Sin embargo, tras el crisol de la escuela, el pensamiento divergente desaparece ya que el sistema educativo lo encorseta,  permitiendo una sola respuesta posible. Según Robinson, el sistema educativo tradicional no logra interesar a unos alumnos que han crecido en un mundo diferente y están sobreestimulados por un excesivo consumo de televisión, internet, videojuegos y publicidad. El objetivo de la escuela debería ser identificar las aptitudes y capacidades naturales del niño, averiguar cuál es su talento y, junto a los padres, potenciarlo para que florezca.

                        Hay una creencia generalizada que pone el acento en que lo importante es que los niños vayan a la escuela y se eduquen. Esto es otro error, porque hay que preguntarse antes a qué escuela los enviamos y qué educación se imparte en ella. La escuela actual está muy ideologizada en la dirección que se ha expuesto a lo largo de este texto. Quizás leyéndolo encontremos explicación a por qué nos llevamos tan mal con nosotros mismos, por qué tenemos la autoestima por los suelos, por qué tenemos esos problemas de auto reconocimiento y aceptación,  por qué a veces somos nuestro peor enemigo.

            A modo de corolario, si has llegado hasta aquí, has visto que crecemos en un ambiente poco favorable, a veces hostil, la familia con el tiempo de crianza hipotecado y la escuela sin declinar el verbo amar en ninguno de sus modos. Llegamos vírgenes, moldeables, vulnerables e indefensos a un mundo que baila más al son del Ibex 35 y la plusvalía que del corazón. La ceguera también ha llegado a lo más sacro de nuestra evolución como especie. Nuestra propia prole. Solo de nosotros depende cambiar lo que hay.


Comentarios

  1. Gracias Antonio por poner en palabras reflexiones que piden un posicionamiento en facetas a veces incómodas.

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  2. Antonio, deseando disfrutar el "texto" con el que nos das los buenos días el domingo. Éste, como todos, interesantísimo y nos ha llevado esta tarde a una tertulia rica en controversias. Gracias amigo.

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  3. Me ha gustado mucho ,tu artículo.Es un duro marco para nuestra vida,yo creo también que además de ceguera hay una parte importante de "No querer ver " . GRACIAS... un abrazo.

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  4. Un artículo entre el Sí se puede y el ojalá, al servicio del feminismo por la igualdad. La realidad creo que va por otra parte. La maternidad no es un idílico portal de belén; si acaso, su pesebre.

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