LA TRANSICIÓN A NINGUNA PARTE (MEMORIAS DE UN PERDEDOR) SOBRE LA CEGUERA IV


                                                                                                                                  15/04/21.

SOBRE LA CEGUERA IV

LA TRANSICIÓN A NINGUNA PARTE

(MEMORIAS DE UN PERDEDOR)

  

Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta.

Rodrigo García, autor y director teatral.

 

                        INTRODUCCIÓN

            El objetivo de escribir estas memorias es catártico. No tienen interés literario ni proselitista, no pretenden ser políticamente correctas ni objetivas. Intento sacar fuera de mí esta obsesión por estar al día de los acontecimientos políticos que me acompaña desde 1974, cuando decidí que en la vida debía haber algo más que esperar los fines de semanas para ir a intentar  ligar en alguna discoteca de moda en Torremolinos.

            Desde esa fecha adopté una opción ideológica y he vivido radicalizado defendiéndola. Ahora, no es que me arrepienta, sino que al borde de los 70, creo que ha llegado el momento de no gastar más energía en esa dirección, por mi salud física y mental. No es que haya cambiado de ideas, lo que quiero cambiar es mi forma de vivir lo que sucede en el mundo.

            En definitiva, procurar desapasionarme, no vivir desde las vísceras  situaciones de injusticia social que me enferman, buscar un punto de equilibrio que me permita vivir lo que pasa alrededor sin sufrir. Un vómito profiláctico, un exorcismo que me libere del sufrimiento cuando contemplo tanta desmesura, tanto atropello, tanta barbarie.  

            Pertenezco a la generación más afortunada del siglo XX. Mis padres sufrieron de niños la Guerra Civil y de adultos la penuria y la grisura de la posguerra, apenas pisaron la escuela, tuvieron una vida sacrificada y fueron generosos con su prole, haciendo lo posible para que sus hijos fuéramos   a la universidad. Cuando terminé los estudios tenía varios trabajos entre los que elegir y me fue relativamente fácil hacerme funcionario y garantizarme un sueldo vitalicio. La generación de mi hija ya no ha tenido esa suerte, las oportunidades disminuyeron y los salarios se han ido progresivamente precarizando. No quiero ni pensar qué va a pasar con mis nietos.

            A mi afortunada generación, que ahora en las redes se pavonea orgullosa de lo buenos que hemos sido -incluso hemos ayudado económicamente, dicen, a nuestros hijos y nietos en la crisis- la responsabilizo del fracaso de la transición, de este teatro que se hizo en nuestras propias narices sin que fuéramos capaces de reaccionar. Éramos los responsables de protagonizar una transición de verdad. Como estamos comprobando en estos momentos, el franquismo siguió instaurado en todos los ámbitos del poder mientras nosotros o aplaudíamos o mirábamos a otra parte, perdiendo la oportunidad histórica de instaurar una democracia republicana a la altura de la francesa o alemana. Una Tercera República que hiciera justicia a la Segunda. Teníamos que haber sido los actores principales y nos quedamos en figurantes pasivos. Una vergüenza.

Hago responsable a mi generación creída y conformista de que nunca llegara el cambio esperado. Ahora muchos de ellos dicen públicamente que fueron oposición en aquella farsa, pero  soy testigo de que mienten. Se quedaron con los brazos cruzados, cónnives con lo que estaba pasando, algunos aplaudiendo. Ni siquiera hemos sido capaces de concienciar a nuestros hijos, hemos generado otra generación pasiva, educada más para vivir bien que para poner las bases de cómo vivir bien, desentendida de una resistencia civil que hace más falta que nunca. 

Y no es resentimiento, es simplemente dejar testimonio. Claro que los libros de historia contarán su verdad oficial sobre una transición ejemplar, con un rey ejemplar y unos políticos ejemplares, pero que mis nietos sepan que no todos estábamos en el mismo barco, que su abuela y su abuelo paternos estaban activamente en contra de la vergonzante venta del Sahara, en la barricadas de Barcelona, en contra una ley que amnistiaba los crímenes del franquismo, de una constitución que coronaba a un franquista confeso y corrupto, junto a Manuel García Caparrós el 4 de diciembre, que hicimos lo posible por no dejarles la mierda que le vamos a dejar, mientras una mayoría muy mayoritaria miraba desde la barrera la faena de aliño continuista que conservadores y progresistas hacían con el régimen fascista.

            Mi despertar ideológico coincide con el último año de la Dictadura. Desde entonces hasta hace poco he tenido una visión marxista de la existencia. Empecé empapándome la biblioteca básica del marxismo, tuve una corta pero intensa militancia en Barcelona y visto lo visto, el resto de mi experiencia he ido por libre, siempre como perdedor con los breves paréntesis de los gobiernos de  Zapatero, que volvieron a abrir un halo de esperanza y la ilusionante irrupción del 15M, que me reenganchó al carro cuando ya había tirado la toalla.

 

                       

1975/1982

            La muerte del Dictador puso en evidencia la secular polarización de la sociedad española. Muchos lloraron su muerte y otros tantos nos alegramos. Fue la época de las grandes negociaciones bajo la mesa. Solo trascendía lo que querían que trascendiera. La prensa de derecha tenía su público de siempre. Hacía falta un periódico que convenciera a los antifranquistas de que de verdad se iba a cambiar, se iba a transitar hacia otro régimen. Y nació El País. Al grupo Prisa de Polanco y en especial a Juan Luis Cebrián hay que concederle un enorme mérito. En un ejercicio de fino filibusterismo informativo, en un acto de prestidigitación inaudita convencieron a la progresía de que estábamos teniendo una transición ejemplar. Su diario se convirtió en la guía de los conservadores de izquierdas. Solo Cebrián sabe lo que ocultó, la de verdades a medias que contó y las mentiras que coló.

            Fue el periodo de máxima ilusión colectiva que he vivido. Una ilusión que lo impregnaba todo. Aumentaron los frentes estudiantil, obrero, vecinal… había asambleas por doquier, manifestaciones, la cultura salió a la calle, semanas culturales, exposiciones, festivales de música, cantautores,  estábamos convencidos de que con la participación de todos construiríamos una sociedad más justa e igualitaria.

            Pero la inmediata proclamación como rey de Juan Carlos I, delfín de Franco, educado y elegido por él como sucesor, auguraba que poco iban a cambiar las cosas. La Ley de Amnistía de 1977, firmada por el monarca, se encargó de blindar al franquismo y PP y PSOE fueron garantes de que se mantuviera en el tiempo y fracasaran todos los intentos de derogarla. La  Constitución de 1978 nombraba  Jefe del Estado al rey y ponía punto final a la posibilidad de que el franquismo golpista fuera juzgado. Que se aprobara esta constitución fue mi primera gran derrota.

            Hoy sabemos que también continuaron las cúpulas militares, de los cuerpos de seguridad del estado y de los jueces. Si a esto añadimos que las familias ilustres cómplices con el régimen fascista siguieron presidiendo los consejos de administración de las empresas más importantes, cabría preguntarse qué fue lo que cambió el 27 de diciembre de 1978. Los mismos perros con distintos collares. Se cambiaron las formas, pero el franquismo ha seguido larvado, cómodamente instalado en todos los ámbitos del poder fáctico, sin un juicio que cuestionara su legalidad, el golpe de estado que derrocó a la IIª República o los crímenes de guerra y de posguerra.

            El juicio a la Dictadura sigue pendiente. No se puede pasar página impunemente con las cunetas de las carreteras llenas de fosas comunes y los asesinos con panteones dentro de las iglesias. En el 78 no hubo pues ruptura con el franquismo, se optó de facto por un continuismo disfrazado de democracia. Manuel Fraga Iribarne y Felipe González Márquez fueron los cerebros que dieron forma a esta operación de maquillaje y sus respectivos partidos se repartieron los millones de nostálgicos. Con un invitado de piedra: un Santiago Carrillo que seguramente pensaba que él ya había penado bastante exiliado en Rusia, que ahora le tocaba vivir cómodamente. Y se sumó a la fiesta.

            Para mí fue una época negra, porque veía venir lo que está sucediendo, sentía que estábamos sembrando lo que está pasando, ahora que muchos hipócritas se preguntan de dónde sale tanta extrema derecha. Poner de jefe del estado a quién no ha repudiado públicamente a su fascista mentor, no es un buen comienzo. Tampoco lo es ignorar 40 años de dictadura. Ni que se instale un bipartidismo con una ley de partidos diseñada a medida por y para ellos, con una ancha manga para la corrupción.

            El mejor recuerdo político que tengo de esa época fueron los Pactos de la Moncloa. Se firmaron durante el gobierno del primer presidente, Adolfo Suarez, ex Vicesecretario General del Movimiento. Se construyeron muchos colegios, se mejoraron mucho los salarios y tuve la suerte de poder compartir durante tres años una experiencia didáctica que marcaría el resto de nuestras carreras. Un grupo de amigos y conocidos nos pusimos de acuerdo para solicitar un colegio de nueva creación en una barriada obrera/lumpen del extrarradio malagueño. Fue el complemento ideal para la formación que yo traía de Barcelona. Tres años trabajando intensa y comprometidamente de modo asambleario, experimentando, aprendiendo de los errores, con unas ganas que superaban todas las dificultades. Éramos jóvenes, queríamos, podíamos y lo hicimos. Inolvidable.

 

                        1982/1996

            Las tres legislaturas de Felipe González Márquez dieron al traste con la ilusión colectiva. A estas alturas, la única duda que me queda sobre este personaje histriónico es saber si el gran capital lo fichó antes, durante o después del congreso de Suresnes de 1974 en el que fue elegido secretario general del Partido Obrero Socialista Español. Su primer mensaje como presidente fue que la izquierda estaba ya en el poder y la gente podía tranquilamente desmovilizarse y volver a casa, ellos se encargaban de todo. La labor de zapa que hizo el PSOE en los frentes obreros, estudiantil y vecinal fue estratégicamente estudiada y perversa, hasta convencer al personal de que ya no era necesario mantener esas luchas porque las políticas por las que luchaban ya estaban gobernando. A los que no les creímos, terminaron por aburrirnos.

            Recuerdo esta época como especialmente dura para mí. Eran momentos trascendentes porque se estaba decidiendo el modelo de democracia que íbamos a tener, había conversaciones, discusiones y debates por todo y a todos los niveles. Cuestionar el modelo de desarrollo que estaba proponiendo González equivalía a defender el de la dictadura. Para los conservadores de izquierdas posicionarte abiertamente en contra de las políticas de Felipe era oponerte al progreso, ser un reaccionario y, en consecuencia, estabas descalificado. Llamo conservadores de izquierdas a ese abundante grupo social que con un ágil y culto discurso progresista, con una posición económica desahogada, tenían un compromiso social cero. Su ídolo, Felipe González, su biblia, El País.

            Cuando González llegó al poder, España era un país virgen en cuanto al consumo, los españoles no teníamos de nada. Éramos objetivo número uno de las multinacionales que se frotaban las manos ante este suculento mercado desabastecido de cerca de 40 millones de clientes. Este dato no es baladí.  Era muy importante pues cómo se daba este paso, qué precio se le ponía a las multinacionales para acceder a semejante potosí. Felipe les abrió las puertas de par en par,  se les regalaron las grandes superficies, se les puso una fiscalidad irrisoria y la invasión a saco de las grandes empresas supuso el principio del fin del amplio y rico tejido social que formaban las medianas y pequeñas empresas y los comercios familiares, que quedaron totalmente desprotegidos. Por eso cuando hoy oigo a líderes socialistas hablando de proteger al pequeño y mediano comercio, veo personificadas la demagogia y la cara dura.

            Si alguien esperaba que pusiera las condiciones para que se juzgaran los crímenes del régimen franquista durante la guerra y la posguerra, Felipe puso el acento en pasar página, en conformar con los populares las dos caras de una misma moneda, un matrimonio de conveniencia que blindase la constitución continuista, un bipartidismo que gobernara en alternancia con el mismo concepto de estado y decidiera unilateralmente qué artículos de la constitución era necesario cambiar para que todo continuara igual.

            Si alguien esperaba que cuestionara la monarquía como representante de un partido genuinamente republicano, Felipe abrazó la institución monárquica con más fuerza que los conservadores. Si alguien esperaba que pusiera fin a la connivencia estado/iglesia, Felipe mejoró los contratos con la Santa Sede y las prebendas legales y fiscales eclesiásticas. Si alguien esperaba que modernizara el concepto de educación, dignificara la carrera docente, apostara por un modelo educativo progresista y potenciara la enseñanza pública, Felipe parcheó lo que había con unas leyes educativas más grises que otra cosa y mejoró con fondos públicos los conciertos que los colegios privados tenían con Franco. Si alguien esperaba que desde el poder y sus medios de comunicación se hiciera una pedagogía que promoviera valores como la justicia, la igualdad y la solidaridad o impulsara la participación ciudadana, Felipe puso su empeño en rescatar los toros, la copla, la semana santa y la feria que sufrían una decadencia histórica que los acercaba a la desaparición o a una cuota normal de público interesado, su público. Sin embargo, él los masificó.

            Si alguien esperaba que abandonara la política de bloques y liderara el Movimiento de Países No Alineados -con 175 países y economías emergentes como China, India o Brasil-, Felipe apostó por la alianza occidental, la OTAN y la Unión Europea. Se comprometió con la política imperialista de Estados Unidos, participó en la Guerra del Golfo, mantuvo las bases militares americanas en España y no ayudó causas tan evidentes como la palestina, saharaui o cubana. Si alguien esperaba una política de neutralidad y pacifista, Felipe se alineó con el bloque capitalista, continuó fabricando armas y vendiéndoselas a dictaduras feroces como Arabia Saudita.

            Si alguien esperaba que pusiera fin a las eufemísticas delegaciones de ayuda al subdesarrollo en África o América del Sur concebidas para seguir esquilmando las riquezas naturales, Felipe siguió enviando al rey, sus ministros y empresarios a hacer opíparos negocios con países que vivían en la miseria. Si alguien esperaba una política fiscal justa…

            Los fastos del 92 -los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla- llevaron al Estado a su máximo endeudamiento hasta esos momentos. El precio de vender a toda costa la imagen de una España moderna, fue muy caro y nos condujo a una grave crisis económica de la que ya no supieron salir los gobiernos socialistas. Con casi 4 millones de parados, vino la inevitable recesión y González empezó una disparatada carrera hacia adelante que terminaría poniéndoselo fácil a Aznar. La corrupción llegó a unas cotas más propias de la dictadura. A los casos de corrupción económica -Filesa, Ibercorp, Roldán, Guerra…- se le sumó la corrupción política con los Grupos Antiterroristas de Liberación, la guerra sucia contra ETA, las cloacas del Estado saliendo a flote, fueron arrestados la cúpula policial, el ministro Barrionuevo y todo apuntaba a que Felipe González estaba al frente de la trama criminal.

            La implícita desregularización del suelo que conllevaba la Ley del Suelo de 1992, pondría las bases de la futura burbuja inmobiliaria que le estallaría en 2008 a Rodríguez Zapatero. Las políticas del pelotazo dispararían aún más la corrupción y acercarían al poder a los buitres ávidos de riqueza. Los contratos basura de Felipe fueron el preludio de la precariedad de hoy y dejaron claro que también con los socialistas gobernando, la crisis la pagarían los mismos de siempre.

            Resumiendo, los doce años de Felipe González Márquez fueron una oportunidad histórica perdida de haber democratizado España. El camino que eligió para la modernización del país y el precio que pagamos por ella fueron errores de los que difícilmente nos vamos a recuperar. Con el Covid 19, estamos comprobando lo desafortunado que fue el compromiso felipista con Europa de desindustrializar el país y convertirnos en monodependientes del turismo.

 

                        1996/2004

            Las medidas tomadas por los distintos gobiernos de Felipe González para salir de la crisis del 93 no hicieron más que abonar el terreno para ponérselo fácil a José María Aznar López, que llegado al poder no hizo más que continuar las reformas iniciadas por los socialistas, añadiéndole tres vueltas de tuerca imprescindibles para instalarse en el España va bien, que repitió hasta la saciedad en sus dos legislaturas. Una, la reforma de la Ley del Suelo de 1998, que declaraba construible prácticamente todo. Dos, una liberalización de los precios que dejaba sin límites la especulación. El coctel perfecto estaba servido. Fue el boom del ladrillo. Ediles de todos los partidos políticos y empresarios intercambiaban terrenos verdes por edificables y los maletines iban de mano en mano a la luz del día. Nunca se habían visto en España tanto nuevo rico en menos tiempo. Lo que propició el escándalo de la Operación Malaya de  2006 fue que este intercambio de cromos se hiciera con discreción y no en público, no que se dejara de hacer.

             Tres, con el caso Filesa y otros muchos de la administración socialista, Aznar había comprobado que la ley de financiación de los partidos políticos de 1987 -que PSOE y PP habían urdido- tenía una ancha manga para la corrupción, e instaló en su propio partido una caja B para los regalos que los empresarios hacían a cambio de adjudicaciones  fraudulentas de obras públicas. Hoy sabemos que desde el presidente al último de la fila, todos tenían su sobrecito puntualmente, por mucho que los jueces nombrados por los populares se esfuercen en disimularlo.

            Le llamo a esa época la de las vacas gordas. Uno repostando en las gasolineras con su viejo utilitario y chavales que no habían trabajado nunca con sus BMWs o sus AUDIs. España va bien, repetía Aznar. Los bancos se apuntaron a la orgía, animando a la gente a pedir hipotecas incluso por encima de lo que necesitaban. La burbuja inmobiliaria estaba en camino, era cuestión de tiempo que estallara.

            Esta falsa imagen de bonanza económica, hizo que Aznar barriera en su segunda legislatura, consiguiendo una holgada mayoría absoluta que le permitió desprenderse del apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes con los que se había duchado en la intimidad sin pudor los cuatro años anteriores. El rodillo popular fue implacable, los trabajadores siguieron perdiendo los derechos duramente conquistados, la especulación y la corrupción estaban en pleno apogeo y todo indicaba que tendríamos una tercera legislatura aznarista.

             Pero primero, la pésima gestión del desastre del petrolero Prestige frente a las costas gallegas en noviembre de 2002, segundo, con más de un 90% de la población en contra, Aznar implicó al ejército en la invasión de Irak de 2003. Muchos años después, habiéndose demostrado que la excusa de las armas de destrucción masiva era falsa, José Mari es el único de los tres presidentes de la foto de las Azores, que sigue manteniendo que volvería a invadir Irak. Fue su segundo error evidente. El tercero y definitivo fue su empeño en mantener, hasta hoy, que los atentados del 11 M de 2004 los cometió ETA y no el yihadismo islámico como demostró la investigación policial.

            Altanero hasta la provocación, dogmático enfermizo, Aznar representa a la clase política española más próxima al fascismo. El traje democrático siempre le ha venido grande, de ahí que se haya sentido como pez en el agua en este simulacro de transición en el que, como sabemos hoy, se ha respetado todo lo previsto por Franco para su sucesión. Felipe en la izquierda y José María en la derecha, las dos caras de la misma moneda, siguen siendo los gurús ideológicos en sus respectivas facciones, los que más peso específico tienen. Padres de la burbuja inmobiliaria y de gran parte de la corrupción política, se han ido de rositas y se permiten el lujo de dar lecciones de moralidad en carísimas conferencias. Pese a cobrar por formar parte de varios consejos de administración de grandes empresas, ninguno de los dos ha renunciado a sus sueldos vitalicios de expresidentes. España va bien, por supuesto, a ver si vamos a empezar a ponernos nerviosos con minucias como que sus propios jueces reconozcan que en casos como los ERES o GÜRTEL la corrupción era sistémica, o que su vicepresidente económico vaya al trullo por corrupto o que durante sus cinco legislaturas mantuvieran a un Jefe del Estado que pasaba el cepillo en las delegaciones internacionales que presidía…

 

                        2004/2011

            José Luis Rodríguez Zapatero empezó retirando las tropas de Irak y continuó con el conjunto de leyes más progresistas de nuestra historia reciente: Ley del Matrimonio Homosexual, Ley del Divorcio Exprés, Ley de Igualdad, Ley de Memoria Histórica, Ley de Educación para la Ciudadanía, Ley de Regularización de Emigrantes… Incluso presentó internacionalmente el ambicioso proyecto de la Alianza de Civilizaciones entre Occidente y el mundo árabe y musulmán con el objetivo de combatir el terrorismo por la vía diplomática y no por la militar.

             Con todo, el mayor éxito de Rodríguez Zapatero fue lograr el definitivo acuerdo de paz con ETA. Por si cabían dudas, la capacidad negociadora de los gobiernos de Zapatero quedó demostradísima con la aprobación de la reforma del Estatuto de Catalunya, primero en el parlamento catalán y después en el parlamento español, en ambos casos solo con la oposición del PP que lo recurrió ante el Tribunal Constitucional.

            Pero Zapatero tuvo un gran hándicap en sus dos legislaturas: tenía el enemigo en casa. El sector felipista, con los barones socialistas a la cabeza, boicoteó  todo lo que pudo sus medidas progresistas. Además, tuvo ZP la mala suerte de que la bomba de relojería -burbuja inmobiliaria- puesta en marcha por Felipe González -desregularización del suelo- y perfeccionada por José María Aznar -liberalización de los precios-, le estalló en sus manos.

             Para colmo, la caída de Lehman Brothers en 2008 provocó la mayor crisis financiera mundial que se recuerda, por lo que aquí tuvimos ración doble: burbuja inmobiliaria nacional y quiebra financiera internacional. Zapatero tardó en reaccionar, negó reiteradamente la crisis y cuando por fin reaccionó lo hizo tarde y mal. En lo económico, los gobiernos de ZP siguieron al servicio de la élite de poder de siempre, empezó en 2009 el rescate de la banca con nuestro dinero y continuó con una reforma exprés de la intocable Constitución negociada unilateralmente con el PP, una reforma laboral impropia y una serie de medidas finales que deslucieron la brillantez de las tomadas en la primera legislatura. Pese a ello, su suerte estaba echada.

 

                        2011/2018

            Si no fuera un insulto para el agua, diría que Mariano Rajoy Brey es un político inodoro, incoloro e insípido. Discípulo ideológico de Aznar, sin su fuerza ni su carisma, fiel servidor del capital, fue el hombre oportuno en el momento oportuno. Claro, con las formas de analizar las crisis que aquí tenemos, para la mayor parte de políticos, politólogos y medios de comunicación, la culpa de la burbuja inmobiliaria y del desplome de la banca la tuvo Zapatero. Esta hipócrita unanimidad le dio la mayoría absoluta a un Mariano Rajoy al que no le tembló el pulso para ni aplicar el rodillo a los avances sociales de las dos legislaturas anteriores, ni para reformar la legislación laboral, ni para transformar en el Procés la aprobada reforma del estatuto de Catalunya.

            Para evitar el rescate europeo de la banca española que tan frívolamente había concedido hipotecas, comprado paquetes envenenados con créditos subprimes  y adjudicado escandalosas prejubilaciones a sus consejeros, Rajoy se permitió el lujo de hacer un rescate a la española que pagamos entre todos, 60.600 millones de euros que hoy sabemos fueron a fondo perdido, un regalito unilateral, cuya devolución podría haber servido, por ejemplo, para compensar el agujero que sus gobiernos hicieron en la hucha de las pensiones de la Seguridad Social, que pasó de los 67.000 millones que dejó Zapatero, a los 8.000 millones que quedaron cuando salió del gobierno.

            Casi diez años después de esta doble jugada, rescate a la banca y saqueo de la hucha de pensiones, podemos afirmar que también ha pasado a la historia con total impunidad. Otros datos que ponen en cuestión nuestra afamada transición democrática. Además sabemos que las medidas anticrisis de los gobiernos Rajoy, que se suponían coyunturales,  han quedado sistémicas, léase la reforma laboral y la precariedad en los empleos y en los salarios. Ni las autoridades europeas, ni la banca, ni los empresarios han permitido que el gobierno actual reforme la reforma laboral del PP.

            Con Mariano Rajoy se acabaron los debates, las negociaciones, los consensos, las conciliaciones y hasta las ruedas de prensa. Si había un atisbo de democracia, con esta mayoría absoluta pasó a la historia. La Ley Wert de Educación, La Ley de Seguridad Ciudadana o Ley Mordaza, la prisión permanente revisable, los recortes de los presupuestos públicos, sobre todo en sanidad y educación y, sobre todo, la reforma laboral suponen el desmantelamiento de los avances conseguidos. El despido libre y la precariedad se instalaron entonces para siempre.

            Pero la impunidad de los gobiernos de Rajoy no contaba con que ellos también tenían el enemigo en casa: la corrupción. El contable publicó la contabilidad B del partido y a partir de ahí se destaparon cientos de casos de corrupción que tenía su origen en la forma que instituyó Aznar de subvencionar al partido. A cambio de terrenos y licitaciones de obras, los empresarios daban opíparas prebendas de las que salían sobres para todos. Tuvo que ser la corrupción propia la que acabara con la tiranía de Rajoy y aunque sus jueces taparon  lo que pudieron, la mierda terminó emergiendo por todos lados.   

 

                        PROCÉS

            Sí, digo sus jueces con propiedad, porque los nombran entre PP y PSOE, ahora tienen mayoría conservadora, hace tres años que se tenían que haber renovado el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional y el PP se niega. Le va muy bien con Carlos Lesmes de presidente y no está dispuesto a renunciar a esta mayoría. La jugadita del Procés la tengo registrada de la siguiente manera. Primero, durante 2004 y 2005 se elabora y se aprueba la reforma del Estatuto Catalán en el Parlamento Catalán el día 30 de septiembre de 2005 con 120 a favor -PSC, ERC, ICV y CiU- y solo los 15 votos en contra del PP que se retiró a última hora de la ponencia. El 30 de marzo de 2006 el Pleno del Congreso de los Diputados aprobó el reformado Estatuto Catalán con solo los votos en contra del PP y de ER. El 18 de junio de 2006 el Estatuto es refrendado por los ciudadanos de Cataluña.

            Para Mariano Rajoy estas decisiones democráticas de los parlamentos catalán y español y del pueblo catalán suponían el principio del fin del Estado, así que el PP recurrió al Tribunal Constitucional con mayoría de sus jueces  y el 28 de junio de 2010 la sentencia, claro, le dio la razón, declarando inconstitucionales los 14 artículos que daban sentido al nuevo estatuto. Ahí para mí comienza el Procés. La polarización que ha venido después es la lógica. El PP recuperó en sus tribunales lo que había perdido democráticamente. El Procés es el primer varapalo que se lleva el franquismo desde la muerte de Franco. En más de 40 años de este simulacro de transición, no habían tenido ni un solo motivo para ponerse nerviosos. Pero el Procés los sacó del armario en el que estaban cómodamente instalados y ahora están más movilizados y fuertes que nunca, prueba inequívoca de que estaban larvados y de que el sistema utiliza a la extrema derecha solo cuando la necesita.

            Desde entonces la crispación y la división social han ido en aumento. Aumentaron en Cataluña los nacionalistas catalanistas y en España los nacionalistas españolistas. El PP consiguió la judicialización de un tema que tenía que resolverse en una mesa de negociación, radicalizó el proceso, aplicó el 155, se intervino la generalitat, se suspendió la autonomía, se destituyó al govern, se disolvió el parlament y el gobierno español convocó nuevas elecciones. El Tribunal Supremo de Carlos Lesmes condenó a penas de entre 9 y 13 años a los 9 líderes independentistas que ha indultado recientemente el gobierno de socialistas y unidas podemos.

 

                        15-M

            El movimiento 15-M de 2011 fue, de momento, la última bocanada de aire fresco e ilusionante, el último tren con ideas renovadoras y un planteamiento inicial verdaderamente democrático. Nacido de la indignación, de la oposición al bipartidismo y a la influencia de las grandes corporaciones y de los bancos en los gobiernos, a 10 años vista, tengo que reconocer que tardó muy poco en aprender e interiorizar los tics de la política convencional, demostrando que si juegas con las reglas del sistema, terminas siendo engullido en un abrir y cerrar de ojos. Los buenos propósitos -reforma de la reforma laboral, precio de los alquileres, horizonte verde, justicia fiscal y social…- chocaron de frente con el capital y sus implacables aliados. Los medios de comunicación se cebaron con sus líderes, especialmente con un Pablo Iglesias sobradamente preparado, que no ha sabido ni podido  gestionar inteligentemente sus bazas Me desilusioné con Podemos con la misma rapidez que me ilusioné.

 

                        MONARQUÍA

            El 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte de Franco, Juan Carlos I fue nombrado rey, siguiendo la voluntad del dictador, que lo había tutorado y educado para sustituirlo en el poder. Cumpliendo la voluntad de su caudillo, el sector franquista impuso la monarquía en las negociaciones para redactar una constitución que, aprobada en 1978, reconoce al monarca en el Título II, como Jefe del Estado y mando supremo de las Fuerzas Armadas. El artículo 56.3 reza que la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. El artículo 64.2 dice que de los actos del rey serán responsables las personas que lo refrenden. Genial. No se puede blindar más a una persona.

            Juan Carlos I ha tenido siempre  una fama de calavera, juerguista y crápula, bien vista por el machismo imperante. El  nacionalismo españolista ha presumido de tener un rey fornicador con amantes por doquier.  Con los incondicionales avales de PP y PSOE, Juan Carlos aumentó su popularidad con el supuesto papel que jugó en el golpe de estado del 23F. La versión oficial mantiene que gracias a la intervención del monarca fracasó el golpe, pese a que los golpistas entraron en el parlamento al grito de patria y rey. Me atrevo a pensar que el soberano estaba en la asonada, que algo falló y se arrepintió en el último momento. Mis argumentos a favor son los mismos que tiene la versión oficial: ninguno. Estuve todo el día y parte de la noche del 23F escuchando música militar en la radio y por el largo silencio intuyo que se estuvo negociando hasta la madrugada en la que Juan Carlos dio marcha atrás.

            El caso Nóos, la rotura de la cadera en la cacería elefantes de Botswana y su romance con Corinna Larsen precipitaron su abdicación a favor de su hijo Felipe VI en 2014. Pero ante la pasividad de la justicia española, tuvo que ser un fiscal suizo el que tirara de la manta y denunciara el fortunón  que Juan Carlos había acumulado en Suiza y otros paraísos fiscales. Continuando la farsa, Felipe VI renunció públicamente a esa fortuna, cuyo origen no tiene más remedio que ser el de las comisiones cobradas por su padre cuando viajaba al frente de las delegaciones político/empresariales por todos los países del mundo.

            Para PP y PSOE haber tenido durante casi 40 años a un chorizo al frente de la Jefatura del Estado, no es motivo suficiente para abrir comisiones parlamentarias y judiciales  que investiguen al rey emérito. Después de haberlo defendido a capa y espada durante cuatro décadas, ahora dicen sin pudor que el rey es Felipe VI y, este, sí que es bueno. Jordi Amat, en su libro El hijo del chófer dice que cuando la fiscalía tenía contra las cuerdas a Jordi Pujol por el caso Banca Catalana en 1984, fueron Felipe González y el rey Juan Carlos los que hicieron que el asunto desapareciera del diario El País y se olvidara. Seguro que Pujol amenazó con denunciar los chanchullos de los otros dos. Si yo caigo, caemos todos. Y no pasó nada.

 

                        2018/2021

            El brillante historiador Yuval Noah Harari pertenece a la corriente que asevera que son las grandes corporaciones las que gobiernan realmente el planeta y que el papel de los gobiernos queda reducido a gestionar las directrices marcadas por los amos del mundo. Esto, que empezó a gestarse con la globalización, la desregularización del mercado y el neoliberalismo de Reagan y Thatcher en los años 70, va in crescendo.  Yo también lo pienso. Al gobierno progresista PSOE/Unidas Podemos, salido de la moción de censura legal al de Mariano Rajoy, no se le ha permitido nada de lo que tenía en su programa. Creo que la excepción que confirma esta regla fue la subida del salario mínimo interprofesional, una concesión que puede ser entendida por el sistema más como un gesto para propiciar dinero, favorecer el consumo y mover el mercado, que como una conquista social.

            Con esta perspectiva en la que los gobiernos no gobiernan, en la que la extrema derecha está cada vez más fuerte, en la que la sociedad está altamente polarizada, en la que la responsabilidad ciudadana y la resistencia civil prácticamente han desaparecido, en la que la enajenación se ha instalado entre nosotros, en la que no hay ni un solo síntoma que apunte hacia una salida colectiva de la distopía que como humanidad se nos viene encima, me despido del animal político al que tantísima energía he dedicado inútilmente, para centrarme en mi crecimiento personal y el de mi entorno, en mi trabajo de decodificación, en mi tránsito de la mente al corazón, en mi camino hacia la paz interior.                                      


Comentarios

  1. Somos muchos los perdedores. No estás solo.

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  2. Bárbaro repaso y bien documentado. Echo en falta solo una cosa: tu perspectiva desde Andalucía o desde el andalucismo. Con un hermano en la órbita del andalucismo histórico, es fácil que yo te lo pregunte.

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  3. Gracias por escribirlo, de tu lado me siento, veo y confirmo paralelismo con lo sucedido en mi paisito, Uruguay....aunque parezca mentira. Un abrazo.

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