NATURAL
10/10/19.
NATURAL
Allí estaba yo, cogido
de la mano de mi madre en la puerta de aquella sala inmensa. Era blanca y
diáfana, solo tenía en el centro un pedestal vertical sobre el que descansaba
horizontalmente una losa de mármol. Del altísimo techo colgaba un cable del que
pendía una única bombilla que daba una luz amarillenta y lúgubre, justo encima
de la losa. No te muevas de aquí, me decía mi madre y se dirigía hacia la
oscuridad.
Por entonces, los
pueblos tenían un médico de cabecera que atendía a todos los pacientes. Según
la gravedad, pasaba consulta o visitaba la casa de los enfermos. En general,
eran médicos amigos, integrados, con una vasta experiencia que les permitía
resolver el día a día sin mayores problemas. Si la cosa se ponía fea, te
enviaba al hospital de la comarca y si de aquí te derivaban al provincial,
seguramente estabas perdido.
Mi familia tenía una
pensión en la capital, junto a la estación del tren y aquí venían muchos
desahuciados de la serranía. Después de marearlos de especialista en
especialista, se morían. Mi madre los acompañaba en este duro tránsito y a mí
me sorprendía el desparpajo y la familiaridad con que se movía por el hospital
y saludaba a los enfermeros.
En un rincón de la
tétrica sala, los familiares desconsolados lloraban al difunto. Mientras, mi
madre lo amortajaba con una sábana.
Malitos, malitos...
ResponderEliminarTu madre era muy especial Antonio. Es normal q te sientas orgulloso de ella
ResponderEliminarY es que, cuando no tienen más remedio que entregarse, si una mano amiga les regala una caricia, la satisfacción de quien la da tiene una enorme recompensa en sí misma.
ResponderEliminarGuapísima tu madre y en todos los sentidos.
ResponderEliminarPues que sabia mujer...
ResponderEliminar