LA COLECCIÓN
No
recuerdo que haya un momento puntual en el que decido ser coleccionista.
Coleccionar lienzos, grabados y esculturas no fue el resultado de una ardua reflexión
intelectual, más bien un cúmulo de derroteros por los que me fue llevando la
vida, una serie de acontecimientos azarosos que se fueron cruzando en mi
camino, para bien.
De adolescente me atraía la historia
de la humanidad y en especial la del arte. No era un buen estudiante, no me
interesaban la mayoría de las asignaturas, pero me encantaban las disciplinas
relacionadas con las humanidades como la geografía, historia, filosofía, antropología
o el arte en todas sus manifestaciones. Seguro que grandes profesores como Juan
Antonio Lacomba o Domingo Blanco tuvieron que ver con esa vocación temprana.
El verano de 1º de Magisterio,
cuatro amigos nos fuimos a trabajar a Suiza. De regreso, recorrimos el norte de
Italia. Milán, Padua, Venecia, Florencia, Siena y Pisa. Fue una aventura
impactante. El contacto con el renacimiento italiano nos sedujo a todos. Inolvidable
la emoción sentida en la Plaza de San Marcos, ante el Nacimiento de Venus de
Boticelli, el David de Miguel Ángel, el Baptisterio de Ghiberti o la Torre de
Pisa. Esta experiencia marcó para siempre nuestra sensibilidad con el arte,
cuando aún no habíamos cumplido los 20 años.
Tener la suerte de pasar en
Barcelona el último año del dictador y el siguiente, también influyó
definitivamente en mi inclinación ideológica y artística. La Ciudad Condal era
un hervidero cultural, vivíamos ilusionados con el cambio, leíamos varias
ediciones de periódicos al día y asistíamos militantemente a cuantas
manifestaciones políticas y creativas se producían, que eran muchas. Éramos
esponjas vírgenes y aprendíamos de todo.
Impresionante también mi primer
viaje a París. El Louvre, Picasso, Rodin, d´Orsay. Cómo olvidar la sensación
vivida ante La Celestina de la época
azul picassiana, El Dormitorio de Van Gogh o la macroretrospectiva de Dalí en
el Pompidou. Podría decir lo mismo de mi primer viaje a Roma. Cómo olvidar lo
que sentí ante la mano de Plutón clavada en el muslo de Proserpina cuando la
secuestraba, del gran Bernini en la Galería Borghese, o ante La Piedad de Miguel
Ángel o… qué decir del Londres de mis admirados Lucien Freud, Euan Uglow,
Francis Bacon o Paula Rego. O de Madrid con El Prado, Reina Sofía, Thyssen… no
voy a olvidar la visita a la Casa Sorolla con Robert Harvey, ni cómo Robert me
explicaba pacientemente la importancia de Mark Rothko en el Museo de Arte
Contemporáneo de San Francisco o la luz de Vermeer en el Rijksmuseum de
Amsterdam.
Nueva York, Berlín, Viena, Praga,
Budapest, Atenas o la ciudad/museo Estambul. Terminar este repaso de los
viajes, visitas y experiencias que me han influenciado artísticamente en
Bilbao, ciudad a la que he viajado reiteradamente para disfrutar contemplando
el edificio que más me ha emocionado. Le doy vueltas, lo miro desde distintas
perspectivas, a distintas horas, subo al puente, bajo al río, voy a la araña de
Louise Bourgeois, lo siento vivo, me paso horas disfrutando de sus distintas
bellezas. Del Museo Guggenheim me interesa más el continente que el contenido.
Enorme Frank Gehry.
Mis 40 años de docente han estado
determinados por mi etapa barcelonesa. Allí aprendí a organizar semanas
culturales y allí me di cuenta del animador cultural que llevaba dentro.
Primero tres cursos densos probando lo aprendido en Cataluña, gestionando
colectivamente el CP Cerro Coronado de la difícil barriada Palma/Palmilla
malagueña, con un grupo de inolvidables compañeros ilusos, convencidos de que
íbamos a cambiar el mundo. A partir de 1980, 35 años en Benagalbón, pueblo en
el que había una incipiente semana cultural en la que estuve 8 años dándolo
todo, ayudando a configurar el programa que todavía hoy se sigue realizando:
exposiciones, conferencias, cine, teatro, conciertos, degustaciones culinarias,
concursos de embellecimiento callejero, romería, verbena…
En el año 83 conocí a Robert Harvey
y esto significó mi primer gran acercamiento personal al arte y a los artistas.
Hay un antes y un después artístico y
emocional en mi vida. Robert supuso un punto de inflexión, nos hicimos muy amigos
y empezamos a organizar paellas a las que siempre asistían artistas y personas
muy interesantes. Sonia Tena y Buly entraron en mi vida para siempre. También
vivían en Macharaviaya Juan Carlos Blanca, María Teresa García Peralta, Paco
Ruiz, Christian Baude y José María Barrionuevo, todos ellos grandes artistas.
Fue en esta época cuando empecé a comprar cuadros, todavía sin una intención
expresa de coleccionar.
Del 89 al 94 tuve un bar/galería en
el centro de Málaga, Arribabá, con mi socio José María García. Diseñado por
Pepe Oyarzabal, con una cuidada decoración moderna, de alguna manera se
convirtió en uno de los templos de la movida malagueña. Icono de la noche, cada
primer miércoles de mes inaugurábamos una exposición, siempre con unos llenazos
tremendos. Allí conocí a la mayoría de los artistas de la vanguardia asentada
en Málaga. Pintores, dibujantes de cómics, escultores, galeristas, escritores,
poetas, dramaturgos, pedagogos, diseñadoras, modistas, peluqueros, críticos, periodistas, locutores,
cámaras, fotógrafos, actores, músicos, pinchadiscos, melómanos, toda la fauna
cultural se daba cita nocturna en Arribabá.
María José Amado, Lorenzo Saval,
José Antonio Diazdel, Enrique Brinkmann, Diego Santos, Bola Barrionuevo, Sebastián
Navas, Paco Aguilar, Marian Martín, Fernando de la Rosa, Benito Lozano, Enrique
Queipo, Rogelio López Cuenca, May Montoya, Juan Sierra, Joaquín Gallego, Chirri,
Daniel Muriel, Carmen Rosso, Natalia Resnik, Chema Lumbreras, Isabel Garnelo, Pepe
Seguiri, Encarni Lozano, Odile Ruiz, Isabela Palau, Pedro Pizarro, Alfredo
Viñas, Carmen de Julián, Joaquín Abenza, Tecla Lumbreras, Héctor Márquez, Javier Ramírez, Kike
Díaz, Domi del Postigo, Ana y Lole Almagro, Montse Naharro, Inmaculada Jabato, Pepelu
Ramos, Jose González, Regina Álvarez, Pepe Ponce, Ignacio del Río, Ángel
Horcajada, José Luís Gutiérrez, Antonio Jiménez Millán, Antonio Soler, José
Antonio Garriga Vela, Guillermo Busutil, Alfredo Taján, José Antonio Mesa Toré,
Juan Manuel Villalba, Esther Morilla, Álvaro García, Isabel Pérez Montalbán, Ángel Pérez, Ángel
Calvente, Jesús Calvo, Diego Guzmán, Concha Galán, Juanma Lara, Fali de Coín,
María Ortiz, Salvi Tineo, Lola Ferreruela, Diana Álvarez, Roberto Tabletom, Arturo Rocafull,
Miguel Vereda, Javier Ojeda, Jesús Sánchez, Olga y Carlos Cardinaal, Javier Domínguez,
Miguel Carrillo… Seguro que olvido muchos.
Otro punto de incidencia en mi
currículum y en mi colección fueron los ocho cursos que estuve coordinando las
exposiciones trimestrales de la Sala Robert Harvey del CP Ntra. Sra. de la
Candelaria de Benagalbón. Unos años muy felices en los que las inauguraciones
las celebrábamos como fiestas, como el resultado del trabajo de una gran
comisión en la que participaban el equipo directivo, profesores, personal del
centro, artistas y padres de alumnos. Pedíamos a los artistas que más que hacer
exposiciones al uso, intervinieran el espacio, hicieran instalaciones, actuasen
sobre el volumen de la sala y la verdad es que fuimos sorpresa tras sorpresa, a
una performance buena la sucedía otra mejor. Por allí pasaron Brigitta Reiter,
Lorenzo Saval, Fernando de la Rosa, Fernando Bono, Encarnación Hernández, Paco
Ayala, Robert Harding, Sabina Huber, Dámaso Ruano, Jorge Lindell, Chema
Lumbreras, Buly, Domingo Moreno, Víctor Sáez, José Manuel Molina Castro, Ángel
Cañizares, Víctor Pulido, José Antonio Diazdel, María José Vargas Machuca, Pepe
Seguiri, Sebastián Navas y Fernando Robles.
Actualmente soy miembro de la Junta
Directiva de la Asociación de Amigos de Robert Harvey, sin ánimo de lucro, que
con el argumento de mantener viva la memoria del querido pintor norteamericano
afincado en Macharaviaya, lleva 16 años organizando encuentros artísticos de
altísimo nivel en los que participan los mejores artistas de nuestro entorno.
En el XVI Encuentro del pasado mes de junio, CONTRAPUNTO, la excusa ha sido un
dominó de las emociones en el que, en fichas gigantes, 48 artistas han
representado dos emociones contrapuestas. El resultado ha sido una magnífica
instalación con un montaje extraordinariamente difícil y una presentación
original, diría que única. Esta participación, altruista como la de mis
compañeros, a la que dedicamos muchas horas, es mi forma de divertirme, crecer
y a la vez mantener mi vínculo con el arte y su mundillo tan especial.
En este contexto en el que me he
desenvuelto, no es difícil entender que sea coleccionista aún sin la voluntad
explícita de serlo. Me ayudó mucho haber sido suscriptor durante años y años
del Taller Gravura de Paco Aguilar y Marian Martín, que hacen una fantástica
labor de difusión artística. Con muchos de los artistas nombrados tengo la
suficiente amistad y confianza como para haber comprado en cómodos plazos la
mayoría de las obras que tengo. El arte no es barato, el arte vale lo que vale,
jamás he regateado un precio. Agradezco la generosidad de los artistas que me
han permitido convertir mi casa en una auténtica galería permanente que
disfruto a diario. Hay quien se apasiona con los coches, las viviendas o los
viajes. Lo mío es amor al arte.
Tampoco es difícil entender que me
sienta artista. Picasso decía que todos los seres humanos nacemos artistas, que
después la educación y las creencias nos castran y olvidamos que somos creadores natos. A pesar
de que no tuve precisamente una infancia liberadora, después los avatares de
la vida me han hecho ir recuperando esta sensibilidad, sobre todo en el área
artística en mis cuatro décadas de docente en las que el alumno más aplicado
era yo. Un sencillo curso de papel maché me abrió unas posibilidades infinitas.
Aprendí mucho en el taller, formé equipos de arcilla, madera, marquetería,
pirograbación, pintura, títeres… y supe aprender de mis alumnos. Descubrir el
teatro escolar como recurso didáctico me permitió desarrollar y ejecutar mis
potencialidades creativas. Empecé adaptando obras de otros autores y terminé
escribiendo mis propios guiones para que participaran todos los alumnos y no
solo la élite de la clase y del trabajo con 28 o 30 actores en un escenario,
aprendes o mueres en el intento. No hay una actividad más transversal o
multidisciplinar que el teatro. De títeres de cachiporra, de luz negra, musical o convencional le
agradezco al teatro todo lo que me ha aportado.
Siempre me ha gustado pintar y
escribir, lo disfruto -y sufro- mucho, la pintura y la escritura me hacen
sentir vivo. Siempre hay un cuadro y, sobre todo, un texto dando vueltas en mi
cabeza y es un verdadero éxtasis, un auténtico placer el día que soy capaz de
sentarme y darle forma. Es como un parto, me diluyo y entro en un limbo creativo virtual sin espacio ni tiempo en el que todo va encajando mágicamente en su sitio. Cuando termino
ese vuelo fantástico, vuelvo a poner los pies en la tierra, miro o leo el
resultado y un cálido orgasmo recorre mi cuerpo. Y doy gracias.
Ese arte que te ha acompañado siempre es uno de los motores fundamentales que te hace grande y querido por quienes te conocemos. Sensibilidad que te da la misma vida.
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