TORREMOLINOS 58
14/03/23.
TORREMOLINOS 58
Uno. Mi amigo americano Robert
Harvey visitó Torremolinos en 1958, acompañado de la multimillonaria Bárbara
Hutton y del príncipe Tiane de Laos, en su viaje iniciático a Europa camino de
Tánger, ciudad de culto para las élites de esa época. Pararon el coche hechizados por la
espléndida belleza natural de aquel paraje magnético. Concluyeron que era el
pueblecito de pescadores más hermoso del mundo. Ya en los años 30, Luis Cernuda
lo había descrito como un lugar mitológico soñado de plasticidad y bienestar, donde encontrar los placeres de la vida en un
entorno bello y natural, donde encontrarse a sí mismo.
Dos. El director de la revista
Litoral y uno de nuestros mejores artistas plásticos, ha homenajeado a la
Generación del 27 con su intervención en el Mirador de Sansueña y lo ha hecho
con su reconocida exquisitez decorativa. Para los que no conozcan el espacio
del mirador, podríamos decir que Lorenzo Saval ha puesto una pincelada de arte, un toque de luz y
color en un mar de horrorosos bloques de cemento en la mismísima orilla del
Mediterráneo. En lo que Cernuda, Hutton, el príncipe laosiano y Harvey consideraron
como uno de los lugares naturalmente más privilegiados del planeta, ha quedado
una azotea, un reducido pasillo asfixiado entre decenas de edificios construidos
sin gusto estético, sin orden ni concierto, sin más normas urbanas que la de
especular al máximo en primera línea de playa.
Tres. La alcaldesa, que definió la
performance del mirador como parte de su programa de regeneración urbana, fue
interrumpida en su discurso inaugural por un exconcejal octogenario, que vino a
reivindicar el desarrollo urbanístico de finales de los 70 y los 80. Dijo
literalmente que gracias a tres concejales populares y dos socialistas -de la
época en la que había verdadera unión de los partidos para las cosas
importantes- se habían salvado aquel mirador, La Casa de Los Navajas y dos
lugares puntuales más que no reconocí.
Para mi sorpresa, en aquel oasis rodeado del apocalipsis urbanístico más desagradable
posible, el anciano exedil fue aplaudido y vitoreado por el público asistente
como si de un héroe se tratara. Semejante esperpento me transportó sin
pretenderlo al Ensayo sobre la ceguera, de mi admirado Saramago: ¿de verdad
estamos ya tan ciegos?
Cuatro. Que el idílico pueblecito de
pescadores tenía que evolucionar era evidente, que tenía que adaptarse a los
nuevos tiempos era necesario, máxime cuando sin consulta previa se había
decidido en las alturas que el futuro de
la Costa del Sol pasaba por su especialización en la industria turística. La pregunta
clave es por qué, si estábamos condenados a vivir monotemáticamente del turismo, se eligió esta deriva hacia el mal gusto constructivo, por qué
se permitió construir de forma improvisada, sin un plan general, sin unas mínimas normas estéticas y de altura de obligado cumplimiento que reflejaran en las
fachadas exteriores detalles de nuestra preciosa arquitectura andaluza, tan
apreciada por los extranjeros. Todo estaba virgen, se podría haber conservado y
protegido una amplia zona litoral, se podría haber construido de forma
racional, elegante, sostenible, atractiva, que invitara a vivir en armonía con
el bellísimo ecosistema creado por la naturaleza. Se podría haber pensado en los que aquí vivimos y en especializarnos en un turismo culto y de calidad. Pero nada de esto se hizo.
Se optó por dar carta blanca a la ambición, a la corruptela, al compadreo, a la especulación salvaje, a la parte chunga de nosotros mismos. El único motor del desarrollo urbanístico fue una carrera desmesurada
hacia el lucro sin límites de algunos particulares listillos, en detrimento del
bien colectivo y del medioambiente. A los mandos de semejante planazo, PSOE y
PP.
Quinto. Este cuento no ha acabado ni acabará mientras quede un rincón con el que especular. Los
ricos patrimonios municipales están siendo dilapidados en aras del
enriquecimiento privado. A los ciudadanos nos compete impedirlo o seguir
conformándonos con alumbrados navideños, ferias y procesiones.
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