POBRE PAULA

 

                                                                                


                                                                                                                    09/09/22

                                                                SOBRE LA CEGUERA


POBRE PAULA

            No recuerdo una película que me haya impresionado tanto como el excelente documental Los secretos de Paula Rego. Incrédulo, boquiabierto, me retorcía en el asiento con las durísimas declaraciones de esta gran artista portuguesa que despertaban a partes iguales mi ira y mi compasión. ¿Qué habría conducido a tan fantástica creadora a tener una vida tan desgraciada?

            Llama primero la atención que una mujer herméticamente cerrada hasta cumplidos los 80, poco antes de morir, se decida por fin a contar en  público sus intimidades, desconocidas hasta ese momento por sus hijos, familiares y amigos  más próximos. Me sorprendía -y dolía- la naturalidad con que esta anciana cuenta las atrocidades emocionales que le han sucedido, que ponen de manifiesto el daño que causa la abnegación cristiana, sobre todo en las mujeres.

            No me extraña que poco después de estas declaraciones desgarradoras se quedara descansando y decidiera pasar a mejor vida. El movimiento feminista debería poner de ejemplo a  Paula como paradigma de lo que no debe ser la vida de una mujer libre y realizada.

            Con un padre depresivo que apenas hablaba y una madre permanentemente a su bola, Paula creció emocionalmente ignorada, frágil, dependiente, sumisa, marcada para siempre por este vacío afectivo y pasó el resto de su vida tratando de reencontrarse con su niña interior perdida. Además, las circunstancias que la rodearon  fueron empeorando paulatinamente, con lo que construyó su propia cárcel silente y tardó ocho décadas en ser consciente de ello.

            La relación más tóxica la estableció con el que sería su marido, al que reconoce que nunca le dijo no. Casado, lo conoció en una fiesta y sus primeras palabras fueron métete en esa habitación y bájate las bragas. Tuve muchos abortos, confiesa, no recuerdo cuántos, él no quería usar preservativos. Yo era pasiva, existía para su uso, pero no pasaba nada, porque más tarde podría usarlo para un cuadro, pintando puedes sacar toda la rabia que llevas dentro.

            Después de ser muchos años amantes, este miserable decidió separarse de su mujer e ir en busca de Paula, que había vuelto a Portugal huyendo. Se casaron y él, pintor fracasado, decidió continuar con los negocios de su recién muerto suegro. Su gestión empresarial fue tan desastrosa que tuvieron que malvender la empresa, la finca y casa familiar y volver a Inglaterra, literalmente, arruinados.

            Hay un momento esperpéntico en el documental que sería para llorar si no fuera porque ella lo cuenta en clave de humor. Encuentra a su cónyuge  en el jardín besándose con una guapa jovencita. Corre angustiada a contárselo a su mejor amiga que, para su sorpresa, también se echa a llorar… Tuvo su marido tantas amantes que ella, por despecho, terminó por tenerlos. Cosas del enamoramiento romático. 

            A la crisis económica -estuvo un tiempo becada por la Fundación Gulbenkian- y a sus tres hijos, hay que añadir la larguísima -más de 20 años- enfermedad neurodegenerativa de su cónyuge que acabó postrándolo primero en silla de ruedas y más tarde en la cama. Curiosamente, con su marido desahuciado, es cuando le llega la madurez artística y su rotundo éxito internacional. Es como si la Rego se hubiera sentido liberada y dado rienda suelta al arte que llevaba dentro. Las fantásticas series Dog Woman y  Los crímenes del Padre Amaro lo corroboran. En ellas afloran sus admirados Goya, Bacon, Lucian Freud y Beatrix Potter. 

            Antes había pasado por  distintas épocas coloristas en las que usaba el collage, con influencias del cómic y del pop, que a mí particularmente no me gustan y que la crítica tampoco reconoció especialmente. Cuenta con ironía que en una de sus múltiples depresiones un psicólogo junguiano le recomendó pintar como terapia, como si ella no lo llevara haciendo desde niña. La pintura era su leitmotiv, la creación su único cordón umbilical para aferrarse a su dura existencia. Su hija mayor dice que para su madre los hijos no contaban, eran solo parte del atrezo, parte del decorado que Paula montaba para sus lienzos.

            Pobre Paula.


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