CALLE ANCHA



                                                                                                                         20/02/2022.

SOBRE LA CEGUERA IV

CALLE ANCHA

            Me crie en El Perchel. Mis padres alquilaron  los dos pisos de una segunda planta en la esquina de Plaza de Toros Vieja con Peregrinos. Los unieron y pusieron una modesta pensión con cinco habitaciones y diez camas, gracias a la cual pudimos estudiar los cinco hermanos. La casa tenía seis balcones con doble puerta -una de madera con rejillas para evitar el paso directo de la luz y otra de madera y cristales- y un cierro acristalado en una fachada que se repetía por todo el barrio. Era finales de los 50 y allí pasé mi infancia, la adolescencia y la primera juventud.

            El Perchel era un barrio habitado por gente trabajadora, humilde, clase media baja. Mi calle conducía al mercado del Carmen y por las mañanas siempre había un bullicio especial, un trajín continuo de personas que se detenían a desayunar café con churros en Los Valles, antes de hacer las compras. Desde mi balcón cierro oía el fragor del gentío, el pregón del vendedor de los cupones de los ciegos -dos iguales para hoy-, a Gabriel el del carrillo de las chucherías, con su sombrero cordobés, su clavel rojo en la solapa y el punto matutino de las copitas de anís cantando ay que llueve, que llueve, que llueve…

            Urgida por la miseria de esos años, mi madre iba a diario al mercado. Era su tiempo de asueto y lo aprovechaba al máximo para relacionarse. A veces la acompañaba y me sorprendía la familiaridad con que saludaba y charlaba con el personal que se iba encontrando, con cada uno tenía una conversación diferente. Especialmente con los vendedores que había a la entrada en el suelo, a la gitana de los ajos le llevaba una rebeca zurcida ajada por mi hermano y por mí, a Miguel el de las lechugas unos viejos pantalones remendados. No iba con una idea de menú predeterminada, recorría todos los puestos y compraba lo más fresco y barato.

            Me gustaban la calle del mercado, Los Callejones, Arco, la Plazuela San Pedro y otras más lejanas, pero mi favorita era Ancha del Carmen, que empezaba en la iglesia que le daba nombre y terminaba en un inmenso derribo que había entre el puente de Tetuán y la barriada de Carranque. La calle Ancha era el corazón del Perchel, el centro neurálgico del barrio, la vida fluía por sus aceras. Sus edificios eran preciosos, homogéneos, de dos o tres pisos de altura, con sus balcones de doble puerta, sus cierros y sus macetas de geranios y claveles. Predominaban los tonos marrón  y beige en las fachadas, los tejados a dos aguas con tejas y algunas azoteas intercaladas.  Era la vía comercial, la mayor parte de las plantas bajas eran comercios.

            Recuerdo al bueno de Gabriel elegante , rodeado de telas, con su pelo blanco, la cinta métrica amarilla colgada del cuello y su amabilidad infinita, a los entrañables hermanos de tejidos EL Capricho, a Conchita la carnicera, el bar de Emilio esquina con Malpica con sus menús baratísimos, el café de Pedro esquina con Montalbán, los calzados de Cándido, siempre sonriente, la relojería de Bracho, siempre serio, la papelería Bely, el pequeño taller de Tránsito la costurera, ultramarinos Osorio, la quincalla de Ayala, el quiosco del Chato, las tabernas de La Campana y Casa Flores y una tienda de barros y cerámicas en la que comprábamos las figuritas del portal de Belén. Un rico tejido social que se ganaba la vida decentemente. Con pulcritud y dignidad.


            Para mi sorpresa, hace unos días, cincuenta años después de lo descrito, me tropecé casualmente con un discreto poste de información en un lateral de la plaza de Félix Sáenz , punto de interés turístico, en el que en varios idiomas, dice: Si existe un elemento que caracterice la arquitectura malagueña del siglo XIX es su fachada, y como no podía ser de otra manera, sus carpinterías con sus propios signos de identidad. Ese cartel dio origen a este escrito.

            Sí, porque ese mensaje oficial puesto de señuelo turístico señalando uno de los edificios colindantes con la fachada impecablemente restaurada, reconoce implícitamente que las atrocidades urbanísticas que se han cometido ya en democracia en los barrios periféricos como El Perchel, La Trinidad, Capuchinos, Lagunillas o La Victoria han sido realizadas conscientemente. Nuestras autoridades democráticas conocían al detalle el valor patrimonial de los cientos de inmuebles derribados en estos barrios humildes de la periferia, pero solo han conservado y rehabilitado con esmero y ayuda pública los del centro, los de la almendrita que va desde calle Carretería al puerto, es decir, calle Larios y alrededores.

Y si conocían la importancia arquitectónica de estas construcciones, por qué se han destruido, quiénes son los responsables de semejante aniquilación patrimonial consciente. Por qué estos edificios de nuestro acervo cultural han sido destruidos con impunidad y alevosía  en las sucesivas legislaturas de Pedro Aparicio, Celia Villalobos y Paco De la Torre. Por qué estos sellos de identidad de la reconocida arquitectura malagueña han sido sustituidos por bloques  feos, anodinos e impersonales que han convertido a nuestros suburbios en horrendos muestrarios de cómo no se debe construir, de cómo hacerlos estéticamente vulgares, desagradables e inhóspitos. Las nuevas barriadas han seguido esta pauta caótica de crecimiento,  sin ninguna norma municipal en las fachadas de obligado cumplimiento que las homogenizara o las emparentara con nuestra artística  tradición arquitectónica decimonónica. ¿Por qué?

Aunque parezca mentira, no es casualidad. Este perverso deterioro del entorno  pone más en valor el centro. Cualquier visitante que salga sin pretenderlo de los límites de la cuidadísima almendra por Mármoles, Puente de Armiñán, Cruz Verde, Avenida Capuchinos, Lagunillas o Ancha del Carmen, se dará cuenta inmediatamente del contraste. Es la meadita del perro, es la forma que tiene el poder de ponernos a cada uno en nuestro sitio.

Se ha planificado a conciencia resaltar un centro histórico -del que literalmente se ha expulsado a los malagueños con distintos procedimientos infames- y lo han convertido en un parque temático monodependiente del turismo, como ha puesto de manifiesto la crisis provocada por un simple virus. Se ha impuesto el espíritu americano Antonio Banderas, todo se compra y se vende. Hacer negocio al precio que sea. El verbo especular planea sobre todas las programaciones urbanísticas. Y de camino se hace pedagogía ideológica con los niños y jóvenes: el más listo, el que tiene más éxito, el más admirado es el que especula mejor. El que vende a un precio razonable es torpe, tonto, perdedor, no es un buen malagueño, no es un buen andaluz, no es un buen patriota.

Se ha creado una Málaga artificial  para extranjeros que vive de espalda a los verdaderos intereses de una cuidadanía con un 20% de paro, con miles de familias por debajo del umbral de la pobreza comiendo en comedores sociales a los que la Junta de Andalucía ha rebajado este año un 76% sus subvenciones y con unos sueldos precarios entre la población activa en la hostelería y la restauración que la reforma de la reforma laboral no va a mejorar. El abundante tejido social malagueño del pequeño y mediano comercio ha sido expresamente hundido con la apretura salvaje  y gratis a las grandes empresas multinacionales, por mucho que ahora los responsables políticos, PSOE y PP, hablen públicamente sin sonrojarse de fomentar el consumo en las pequeñas empresas autónomas.

Al fondo de esta depravación legal, la larga sombra de Felipe González y José María Aznar que con su desindustrialización impuesta, su apertura a saco a las corporaciones transnacionales, sus leyes del suelo y de liberalización de precios propiciaron el enriquecimiento sin límites de los corruptos de siempre y de los nuevos. Mientras, los planes del actual regidor no pasan por invertir en la mejora de Los Asperones, Palma, Palmilla, El Palo o Nuevo San Andrés, sigue centrado en los macroproyectos para la capital, el rascacielos del puerto, los terrenos Repsol,  Martiricos o en las parcelas de los extintos cines Astoria, Victoria y Andalucía en la que la mayoría de los malagueños queremos un espacio diáfano que conecte la plaza de la Merced con calle Alcazabilla,  el teatro romano y la Alcazaba. Nos engolosinará con alumbrados fantásticos y procesiones magnas y volverá a tener nuestros votos.

Por intentar expresarlo de la manera gráfica y sintética que solo El Roto sabe hacer, una Málaga enejenizada de los intereses reales de su población, diseñada exprofeso por y para ricos, que votan los pobres. Es lo que hay. Es lo que es.


Comentarios

  1. Así mismo ..!
    Se me viene la imagen de
    Hacer una cascarita muy bonita por fuera pero por dentro todo podrido y/o de mentira

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  2. Se han inventado un término llamado gentrificación que consiste exactamente en lo que has descrito. Es una pena y no sólo afecta a Málaga, las grandes ciudades despersonalizan sus cascos históricos y las franquicias lo devoran todo, salen los vecinos y entran los turistas en masa...desaparece el comercio tradicional y las viviendas se convierten en apartamentos turísticos.. y como gran broma, las franquicias adoptan estética antigua y falsa...un despropósito absoluto. Vamos que en un momento de despiste no sabes si estás en Málaga, Madrid o Milano...los humanos somos muy tontos

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Mi madre, Adoración, dice:

    "No obstante, en la actualidad, la calle Ancha es una de las travesías más agradable de transitar y, a precio escandalodo de oro, sus nuevas viviendas construidas, han conservado rehabilitados parte de las fachadas, balcones y cierros como ilustra la fotografía.

    Es un paseo que frecuento algunas de las mañanas de invierno y primavera en las que mis "pasos" me llevan al Perchel sur desde el norte del mismo barrio donde el destino decidió que habitara hace ya en noviembre cinco años. Me llega, y mucho, ese blogspot. Me hace sentir que no son apreciaciones subjetivas y particulares mías.
    Revivo esas sensaciones una y otra vez cada vez que paseo por esas u otras calles de mi querida ciudad. Y recuerdo con exactitud dónde estaban esos comercios, bares, mercado, personajes...los nombres y casas de esas calles, sus olores, el bullir de sus gentes tan variopintas...
    Lo que describe esa historia es la que de niña fui testigo directa y vivencial muchas temporadas cuando me quedaba en casa de mi abuela Margara en la perchelera y bodeguera calle Calvo".

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