MI NADA. SOBRE LA CEGUERA II.

 

                                                                                            

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SOBRE LA CEGUERA II


MI NADA

            Cada antropólogo estudia los hechos acaecidos a lo largo de la evolución y llega a sus conclusiones, las escribe, las publica y con más o menos éxito llegan a nosotros. Las hay para todos los gustos, oficiales, apócrifas, surrealistas, serias, divertidas, conservadoras, creíbles o increíbles… permíteme hoy compartir -sin ánimo de ser objetivo, políticamente correcto o de hacer proselitismo- lo que no deja de ser una creación de mi mente, una ficción, un juego ilusorio, una recreación tan real o irreal como las demás que conoces. Como concluye la terapia Gestalt, mi realidad es solo la fantasía psíquica que he ido urdiendo con los años para inventar un personaje con el que me identifico, ese que tú crees conocer, que no es más que la manifestación externa caricaturizada de un ser infinitamente más profundo. Como tú. Un ser del que me desvinculé no sé cuándo, en cuyo reencuentro gasto ahora gustosamente una buena parte de mis energías.

            Hay una cierta coincidencia en creer que durante gran parte de la Prehistoria funcionábamos como matriarcado, que entre los nómadas recolectores ni siquiera existía la figura del padre. El peso de la organización social recaía sobre las mujeres, a los hombres -titos- les correspondía mayormente la función de procreación, habiendo un sentido comunitario para cuidar la prole, cazar, defender al grupo o marcar el rumbo de las nuevas recolecciones. El descubrimiento de los ciclos de la naturaleza cambió todo. La agricultura nos convirtió en sedentarios y ahí empezaron nuestras cábalas mentales, nuestra diarrea dual. De quién es la cosecha, de quién el huerto, quién va a heredarlo, quién es la madre de mis hijos… Apareció entonces la propiedad privada que hoy conocemos, que ha llegado a parcelar prácticamente el planeta entero. El más listo de la clase, el primero en decir esto es mío, ponía estacas desde aquí hasta allí, inventamos la figura perversa del notario que certificara que desde aquí hasta allí era mío, los jefes, jueces, ejércitos, estados, naciones… toda una estructuración social en base a la propiedad privada.

            En esta evolución imparable hacia el capitalismo salvaje que ha llegado a nuestros días, en este patriarcado inhumano en el que estamos actualmente instalados, las grandes perdedoras evidentemente han sido las mujeres, y, con ellas, el resto de la humanidad. La parte más sensible, más humana, lo femenino, fue castrado, imponiéndose culturalmente un machismo violento que nos lleva inequívocamente a la autodestrucción como especie. La deriva evolutiva del homo sapiens  -únicos con capacidades cognitivas- podría haber tenido cualquier otra dirección, pero tomó esta depredadora que perpetúa en el poder a los más fuertes, a los más ambiciosos y con menos escrúpulos. No me voy a extender en los muchos síntomas, en las muchas líneas rojas que apuntan en esta dirección porque los medios de desinformación las repiten a diario para meternos miedo en el cuerpo y  ya las conoces de sobra. Lo que sí quiero dejarte claro es mi convencimiento de que mientras no se recupere la sensibilidad femenina perdida, esto no tendrá remedio.

            Una actitud femenina que ponga fin a la desmesura actual, a la enajenación, a la injusticia sistémica, que pasa hoy por hoy por el fin del machismo, el ecofeminismo, la toma de conciencia y el reaprendizaje o asunción de un modelo de vida que retome el único motivo que tiene nuestra existencia: el amor universal e incondicional. Para ello hay que desmontar el orden establecido, claro, un sistema que me acusa de antisistema pero que es intrínsecamente inhumano. Hay que desbaratar la génesis de los groseros conceptos imperantes que lo tergiversan todo, presentados interesadamente como naturales, como el de la propiedad privada. Y también otros más sutiles, como el de la pareja, que no deja de ser una extensión sesgada de la propiedad privada que con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los pilares del estado moderno.

            La pareja, y por ende la familia, forman una de las patas seculares del sistema evolutivo que hemos engendrado en los últimos milenios. Son conceptos que han sido inoculados o introyectados durante tantas generaciones en el imaginario colectivo que hoy los vemos como normales, cuando son absolutamente contranatura. Esta noción del amor a dos es mezquina, egoísta, limitadora, impuesta interesadamente por la élite dominante para mantener lo que hay.  El amor es infinito, todoabarcante, por qué ponerle puertas. A mi mujer, mi esposa, mi señora, mi novia, mi compañera o mi amante le sobra el  adjetivo posesivo mi. Privatizar a un ser querido es un contrasentido. Una persona querida no puede ser mi nada, ni siquiera mi media naranja como se nos ha hecho creer. Los seres humanos nacemos completos, no necesitamos una mitad que nos complemente. Nacemos completos y libres, seres amorosos venidos para mejorarnos y disfrutar nuestra existencia.

            Mientras este mensaje no se asuma, seguiremos penando perdidos, sufriendo el dolor de la carencia, instalados en la queja, buscando una felicidad artificial que el sistema capitalista centra egoístamente en poseer más, tener más, creando una interesadísima confusión en la que le va la vida. En la que nos va la vida. Mantener la propiedad privada en el planeta y en las relaciones humanas es abnegación, renuncia, conformismo, dependencia, enajenación, es una forma de muerte, como estamos comprobando. Solo tomar consciencia de esto nos salvará como individuos y como humanidad.

           

Comentarios

  1. Sabias palabras. Ahora solo hace falta que lo lean y lo asimilen quienes nos gobiernan. Mucho estoy pidiendo ..

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  2. Como decíamos ayer...
    Gracias Antonio por volver a regalarnos tus "artículos", que como éste, calan hasta el tuétano.
    Salud.

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  3. Gracias Antonio, tus textos me hacen pensar y los echaba de menos... Regalo dominical

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