SOBRE LA CEGUERA

 


                                                                                



                                                                                                                                                    15/06/2021

SOBRE LA CEGUERA

            Me contaba Robert Harvey que a principios de los cincuenta visitó Torremolinos y le pareció el pueblo de pescadores más bonito que había visto nunca. En su segundo viaje a Europa, estuvo en Marbella y me decía que era lo más próximo al paraíso que había tenido la suerte de disfrutar. En caso de haber parado allí, lo mismo podría haber dicho de Nerja, Torrox, Benajarafe, Rincón de la Victoria, Fuengirola o Estepona, preciosísimos enclaves mediterráneos cuya belleza natural ha destruido la ambición humana.

            Acuciado por la grave crisis económica de finales de los cincuenta, fue el generalísimo el que inició la explotación turística de nuestras costas como fuente de divisas. Se empezaron a construir bloques y urbanizaciones en primera línea de playa, a veces literalmente sobre el mar, causando un daño medioambiental y estético irreparable. No había una legislación con normas de protección del medioambiente, que fijara unas pautas homogéneas o unas exigencias que hicieran respetar las características propias de la arquitectura andaluza. Nada.

            Pero la catástrofe mayor llegó paradójicamente en democracia. La liebre recién levantada del turismo era demasiado apetitosa y los buitres estaban ya bien posicionados, con Franco y sin él. Primero Felipe González Márquez, con su ley del suelo liberalizó las calificaciones del terreno. Cualquier edil sin escrúpulos podía cambiar de rústico a edificable, de verde a urbanizable. Empezaron los pelotazos inmobiliarios y los políticos recibían maletines solo por recalificar las fincas. Era normal en esa época ver a alcaldes y concejales en restaurantes, brindando con los empresarios delante de una opípara mariscada. Por qué esconderse, todo el mundo entendía que era lo que había que hacer.

            José María Aznar López completó la jugada desregularizando los precios. El neoliberalismo aznariano dejó sin límites la plusvalía, la especulación se disparó exponencialmente y la ambición humana brilló como nunca. España va bien, repetía Aznar. Aparecieron miles de nuevos ricos de la noche a la mañana, pelotazo va y pelotazo viene. Los bancos se sumaron a la orgía dando créditos e hipotecas por encima de sus posibilidades. Mientras se producía este paroxismo colectivo, la construcción salvaje iba destruyendo definitivamente nuestras costas. España va bien.

            El binomio González/Aznar puso en marcha una bomba de relojería que acabaría estallándole en las manos en 2008 al único presidente que estaba haciendo reformas progresistas y leyes sociales imprescindibles. La paz con ETA, la retirada de las tropas de Irak, Menoría Histórica, Matrimonio Homosexual, de Igualdad, Regularización de Emigrantes… nada de esto le sirvió a José Luis Rodríguez Zapatero para evitar hundirse con la burbuja inmobiliaria provocada por sus dos colegas antecesores.

            Que en los miles de sesudos debates -parlamentarios y televisivos- que hubo dedicados a investigar las causas de esta gravísima crisis, no se hablara de la ley del suelo de González ni de la liberalización de los precios de Aznar, habla bien a las claras de la voluntad política de cambiar. Que los dos se hayan ido de rositas,  que den conferencias carísimas dando lecciones de moralidad y que sigan siendo los líderes con más peso específico de la izquierda y la derecha española,  nos muestra el lastimoso rasero al que ha llegado nuestra bananera monarquía.

              Nuestros políticos de ahora, de la misma escuela que los de antes, han incorporado a sus discursos palabras como ecologismo o sostenibilidad y conceptos como cambio climático, energías renovables, precios de mercado o responsabilidad corporativa, que ellos engullen, eufemizan y vacían de contenido para que todo siga igual. No se atisba en el horizonte ni un solo síntoma que nos anime a ser optimistas, que nos haga pensar que la especulación salvaje y la corrupción sistémica vayan a desaparecer. Sin aprender nada, se ha vuelto a dar el banderazo de salida a la construcción y estamos más cerca de engordar una segunda burbuja inmobiliaria que de poner las bases para intentar mejorar la devastación realizada. Ante nuestros ojos.


Comentarios

  1. La gallina de los huevos de oro: el turismo, nos ayudará a salir de esta. Pero a ver si nuestros ilustres gobernantes apuestan por una economía sostenible.

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  2. Entre la falta de ética de los batatos que están en el poder y la apatía de las nuevas generaciones... Se augura malos tiempos para la lírica

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