QUIMERA
O9/05/21.
QUIMERA
Allí estaba yo. Nervioso, con mis
miedos de siempre y mi timidez, pero también con la positividad y el valor que
infunde la ilusión colectiva, soñar con un mundo mejor. Éramos jóvenes y atrevidos.
Éramos vírgenes ilusos, justo antes de que el recién electo presidente nos enseñara
qué eran un pelotazo urbanístico, la corrupción, el amiguismo, la guerra, los
contratos basura o las cloacas del poder combatiendo el terrorismo con
terrorismo de estado.
La fuerza me la daba el saber que
iba en nombre de una colectividad, no en el mío propio. Una compañera del
colegio me comentó que en esa casa de campo en la orilla del río a las afueras
del pueblo, vivía un guiri pintor que era buena gente. Suficiente para mí.
Estábamos blanqueando un enorme sótano cedido para la ocasión, que iba a
albergar una importante exposición de pintura y necesitábamos cuadros. Punto.
Me armé de valor, respiré hondo y
toqué con los nudillos en la puerta acristalada. Todavía tenía la esperanza de
que no hubiera nadie, pero cuando ya me iba la puerta se abrió y solté del
tirón la retahíla que llevaba días memorizando. Soy representante de la semana cultural
del pueblo vecino, me han dicho que usted es artista y venía a pedirle un cuadro.
Aquel hombre de pelo blanco puso cara de sorpresa, enarcó las cejas y me miró
muy serio a los ojos durante unos interminables segundos.
Después soltó una irritante
carcajada que me hizo temer lo peor. Estaba a punto de disculparme y
despedirme, cuando me dijo
-Anda
pasa, vamos a tomarnos unos gintonics. Estuvimos charlando con fluidez hasta
altas horas de la noche, escuchándonos emocionados, quitándonos la palabra para
corroborar lo que el otro había expresado. Salí con una obra de arte entre las manos, consciente de que aquello era solo el principio de una preciosa amistad.
Antonio gracias por tus textos dominicales, ya llevo enganchada casi un año, me reconfortan, los espero y son un regalo delicado que hacen más, mucho más, un día agradable...
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