MILAGRO
12/01/18.
MILAGRO
Íbamos
los cuatro en un viejo carro color
crema. Atravesábamos raudos la campiña que había entre los dos pueblos,
subíamos las cuestas finales entre alcornoques y encinas y en un rato estábamos
ante el castillo medieval. Aparcábamos delante del arco árabe de la puerta de
entrada. Debajo de la fortaleza, el pantano. Siempre me quedaba fascinado con
la belleza extrema de aquel paraje natural con el estrecho al fondo. El pueblo
se había convertido en parada obligatoria para los camellos de todo el
continente.
Nos
dirigíamos al único tugurio abierto intramuros, un garito pequeño, alargado,
sin apenas ventilación. El fumadero ideal. Siempre estaba ambientado, con una
rara mezcla de melenudos extranjeros y lugareños, homogeneizados por el alcohol
y las drogas. Aquel día había una novedad. Dos chicas extranjeras estaban
sentadas solas en una de las mesas y eso creaba unas expectativas entre el
género masculino que se podían mascar, como el humo. Hicimos varios intentos
frustrados de acercarnos. Estaban rodeadas por decenas de pretendientes
espontáneos que se iban turnando conforme las guiris despedían a los
anteriores.
Sinceramente,
sentía vergüenza ajena. Por una parte por el acoso masivo que, a decir verdad, parecía
que ellas llevaban estupendamente. Le daban carrete a todo quisqui, pero se los
quitaban de en medio con un par de elegantes verónicas. Por otra, me negaba a
ser uno más en la larga fila de admiradores y tocaba mi orgullo que ellas
estuvieran con la margarita en la mano, tú sí, tú no… Me olvidé del tema y me
fui a la barra.
A
la hora de cerrar, como si no hubiéramos bebido y fumado bastante, el personal
decidió continuar la fiesta en un cortijo cercano. Yo no podía más, así que negocié con mis amigos que los
esperaba en el coche. Guitarras y timbales
en mano, aquella exótica mezcla humana se dirigió al campo y desapareció
engullida por la oscuridad. Hacía una noche cálida y clara y me tumbé en el
capó del coche con la intención primera de contemplar las estrellas, pero sabiendo
que terminaría durmiéndome en breve.
No
llevaba mucho tiempo observando el firmamento, cuando sentí que una mano
trasteaba suavemente la cremallera de mi pantalón. Sobresaltado me incorporé
sobre los antebrazos, vi que era una de las dos chavalas, me volví a recostar y
exclamé mirando al cielo:
-¡Gracias, Universo!
Final feliz en Castellar de la Frontera.
ResponderEliminarNo se, no se....gracias Antonio
ResponderEliminarSi lo cuenta mi amigo Antonio seguro que es verdad, con un auténtico final de película irrepetible. Antonio, empleas argot taurino cuando dices que las muchachas fueron dando "elegantes verónicas" a los que con "Make love not war" desplegaban todos sus encantos y tú, siguiendo con el argot, esa estrellada noche...
ResponderEliminar¡¡Cortaste oreja y rabo!! jajaja
Jeje.....amos, que se te quitó todo el sueño para entrar en otro sueño🤪💞
ResponderEliminaranda qué suerte!!...qué cosas pasan!!🙂
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