CORAZÓN

                                                             


                                                                                                       16/05/21.

CORAZÓN

            Estábamos acostumbrados a que estos aires nos llegaran del norte. Condenados a ser un país de servicios. Vale. Ahora son las grandes corporaciones que dirigen la globalización las que imponen las pautas y dictan las políticas a seguir a los gobiernos nacionales que, como estamos comprobando aquí, tienen muy poco margen de maniobra. Vale. Encima, los expertos investigadores del futuro vaticinan que en unas cuantas décadas esto no irá de desarrollados o subdesarrollados, trabajadores o parados, ricos o pobres… la división será entre necesarios o innecesarios. Y no hay que ser muy listos para adivinar el destino de los que no sean útiles. Si no reaccionamos, la distopía de 1984 nos va a parecer un cuento de hadas.

            Este canalla sistema social que hemos engendrado los humanos prima la producción, la plusvalía y el consumo por encima de todo y en nombre de las leyes del mercado se desnaturalizan  las relaciones entre las personas. El  sagrado mercado impone sus normas y sus modas y estas alteran nuestras vidas hasta deshumanizarlas, despojándolas del sentido original. La humanidad anda ciega a la búsqueda de un becerro de oro inexistente y valores intrínsecos como la igualdad, la justicia, la fraternidad, la solidaridad o el altruismo se van quedando por el camino. Corren malos tiempos para la mística, pero solo en el regreso a la espiritualidad está la solución.

            De un tiempo para acá lo viejo no sirve y por eso se tira, se cambia, se esconde o se mata. La necesidad de producir conlleva la de consumir. Practicamos un consumo enfermizo provocado por unas carencias artificiales creadas por el propio sistema, a través de sus medios de propaganda. Lo bueno, lo bello, lo válido es lo nuevo. Por eso, se ha sobredimensionado la juventud en la misma medida que se ha depreciado la vejez. En nuestras culturas del sur hasta hace poco, los ancianos representaban la sabiduría, la voz de la experiencia y del conocimiento y tenían un lugar importante en las tomas de decisiones políticas, sociales y familiares. Ahora estorbamos y para que la cadena de producción continúe se ha inventado esa perversión llamada residencia.  

            Detrás de eufemismos como mayores o tercera edad se esconde la voluntad sistémica de invisibilizarnos, de quitarnos de en medio, de que no seamos un obstáculo para el opíparo negocio que se espera de todo. La sucesión de hechos es tremenda. Para aspirar a mantener la calidad de vida que se nos propone como ideal, es necesario que trabajen los dos cónyuges. No importa que esto conlleve estrés, ansiedad, angustia o un desasosiego permanente. Si el padre y la madre de una familia convencional trabajan, no tienen tiempo físico para atender a los abuelos y se concluye ignorándolos si son independientes, o llevándolos a una residencia si necesitan ayuda. Asunto resuelto.

            Estas reflexiones me han venido cuando he oído la escandalosa cifra oficial de muertos en nuestras residencias durante la pandemia, que seguramente estará maquillada. Hago mío el dolor de las criaturas que han muerto sin ni siquiera tener derecho a ser atendidos en un hospital, hago mío el horror de las que han sobrevivido viendo desfilar a diario los cadáveres de sus amigos y convivientes, sin poder hacer nada para evitarlo. Espero que pronto empiecen a salir libros, vídeos, películas que testimonien este genocidio consentido, espero que se haga justicia, se juzguen a los responsables y no quede impune este crimen múltiple. Ese sería el mejor síntoma de la vuelta a la normalidad.

            Lo dicho, solo recuperando la espiritualidad perdida y el amor incondicional saldremos de esta pesadilla, de este dolor. El evidente fracaso de las revoluciones históricas multitudinarias nos debería hacer mirar hacia dentro en vez de hacia afuera y pensar en la transformación individual más que en la colectiva. Aquí el proselitismo no funciona, cada persona hace su propia revolución interior cuando le llega el momento, cuando está maduro para abrir su corazón y comprender su razón de ser aquí y ahora. Un camino lento hacia la consciencia plena sin marcha atrás, en el que es imprescindible la meditación para salir de la dictadura mental que nos tortura, al mismo tiempo que caminamos esperanzados hacia un mundo nuevo.


Comentarios

  1. En alguna cultura en donde el dicho "cuando muere un anciano, arde una biblioteca" hay valores que aquí se echan de menos.

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  2. Sabías reflexiones, algo que llevamos todos tiempo viendo y que parece que se le va dando normalidad sin que tenga ni pisca de ella

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