PEDRITO

                                                                            


                                                                                                                               14/09/18.

PEDRITO

 

            No sé qué se le infundiría a mi padre, pero por aquella época le dio por llevarnos a los cinco hermanos a misa de una de los domingos en la catedral. No era católico practicante, de hecho teníamos una iglesia frente a la casa y apenas la pisábamos para jugar en la entrada, nunca para asistir al culto. Quizás influyó en él el ascenso a cardenal del obispo de la diócesis, o era una estratagema para liberar a nuestra madre, que se pudiera dedicar a las tareas domésticas sin nuestra molesta presencia. No sé.

            La cuestión es que el programa de las matinales dominicales era bastante completo. Después del desayuno íbamos andando casi desde la estación al paseo del parque, atravesando la calle de los cuarteles, el puente y la alameda principal. Hacíamos tiempo dándoles migas de pan duro a las palomas y después nos dirigíamos al templo mayor.

            Espectacular para los adultos, la misa concelebrada era un auténtico suplicio para los niños. Una ceremonia solemne interminable, en latín, cantada, alrededor del altar varios sacerdotes con coloridas casullas desarrollaban sincronizadamente la liturgia, ayudados de un coro de jóvenes monaguillos que lo mismo esparcían incienso balanceando pequeños botafumeiros, que pasaban el cepillo entre los feligreses. Todo bajo la atenta y serena mirada de monseñor desde su sillón cardenalicio.

            Qué clase de autoridad no ejercería mi padre sobre nosotros para que ninguno se moviera o diera la nota durante este rito infinito. Para colmo, después de toda la mañana sin probar bocado, cerca de las tres de la tarde mi padre paraba en la clásica taberna de la esquina de la alameda y nos hacía beber un vino dulce que decían que daba ganas de comer…

            De regreso, cuando bajábamos las escaleras del puente y enfilábamos la calle ancha de entrada al barrio con tembleque en las piernas, una extraña excitación se reflejaba en la cómplice sonrisa de los cinco.  

           

 

 

 


Comentarios

  1. Yo estudié en los franciscanos. Estaba en el coro y teníamos que ir a ensayar dos horas antes sin desayunar porque luego comulgábamos. Un suplicio no, lo siguiente!

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  2. Mucha paciencia para niños ese tipo de misas, madre mía, todos los domingos 😔

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