LA VENTA
12/04/21.
LA VENTA
El dictador era ya una momia
viviente, cuando a la que poco después sería madre de mi hija y a mí, nos
llamaban polisarios en las asociaciones que el potente frente vecinal tenía en
los barrios obreros del extrarradio de la ciudad condal. Con nuestro aspecto
morube, íbamos de asociación en asociación cargados de carteles, libros,
pegatinas, chapas y un discurso esperanzado en nombre del movimiento de liberación
de nuestra colonia del desierto, rica en fosfatos y bancos de peces.
Para poder terminar magisterio, pedí
y me concedieron un par de prórrogas con las que retrasar la mili, pero mi
destino seguía estando en la colonia norafricana. La consigna que tenía de mi
compromiso con la militancia internacionalista, era muy clara. Coger todos los
fusiles y la munición que pudiera y desertar. Tenía muchas dudas y más miedo,
pero la muerte de mi responsable política en un bombardeo con napalm del nuevo
país invasor en los indefensos campamentos de refugiados, me decidió a dar el
paso.
La interminable agonía del caudillo
fascista, la marcha verde y los intereses geoestratégicos de las grandes
potencias, obligaron a este noble pueblo a cambiar de amos, por lo que nuestro
ejército tuvo que salir precipitadamente, en una vergonzante desbandada. Ya en
democracia, los populares y socialistas del momento dieron por buena la
operación de liquidación y venta de unos territorios llamados a ser por fin
libres, cientos de miles de personas fueron abandonadas a su suerte y
condenadas a sobrevivir en el limbo del
olvido, en mitad de la nada.
Terminé cumpliendo el obligatorio
servicio militar en una de las islas afortunadas. Sin duda, el periodo más
negro y triste de mi vida. Mi única hija nació estando yo a miles de kilómetros
y la relación con su madre nunca se recuperó de aquel vacío impuesto, de aquel
doloroso desencuentro contranatura, de aquel fatídico secuestro de año y medio.
Casi cinco décadas después me
sigo preguntando qué pintaba yo en una lejana guerra tan ajena y contraria a
mis intereses, mientras los gerifaltes instigadores vivían opíparamente en el
centro de la península. Por fortuna, estoy hoy instalado en el camino de la
espiritualidad, del amor, del agradecimiento, del perdón. Pero no olvido.
Gracias Antonio, duro relato.
ResponderEliminarAntonio, que difícil tuvo que ser para ti, estar si tu hija en esos momentos tan especiales😟😘
ResponderEliminarSe puefe perdonar...pero nunca olvidar...
ResponderEliminarDuro el relato amigo,pero como siempre,bueno!!
Si se contaran experiencias y vivencias míseras dr aquellos años...😡😡
Pero al menos te hiciste un hombre. Yo me libré por mi estatura y tuve la suerte de no perder el tiempo y seguir mis estudios. Lo del pueblo SAHARAUI es de traca.
ResponderEliminarAmigo Antonio, mucho dolor emocional y con unas heridas del pasado abiertas durante mucho tiempo y desde muy joven, desde demasiado joven ¿Cómo es posible que hayas podido resumir, con tan pocas palabras, esa historia? Tengo la suerte de ser tu amigo desde los años 70 y conocer por tu boca parte de ella, por eso valoro la capacidad que has tenido para construir e instalarte en ese bonito camino. No se puede olvidar.
ResponderEliminarUn abrazo y esperando el próximo.