LA CABRA
07/04/2021.
LA CABRA
Fueron diez días inolvidables de excitación
para los sentidos. Olores, colores, sabores, té, jazmín, cuscús, tajine,
mercados, cerámicas, telares, ciudades
de las mil y una noche, rutas de las
kasbahs, palmerales infinitos, gargantas de ríos y desfiladeros fabulosos…
todos los caminos conducían al desierto.
De madrugada, los choferes pusieron
en batería los viejos todoterrenos, separados entre sí una veintena de metros,
los cargaron con extranjeros de múltiples nacionalidades y arrancaron a toda
velocidad. La puesta en escena era de cine. En la noche cerrada solo veía los focos de los jeeps saltando pequeñas montañas de arena, mientras los pasajeros
botábamos de un lado para otro en el interior de los coches entre bromas y
risas, apreciando la pericia de aquellos expertos conductores.
Unos kilómetros después pararon los
motores, apagaron las luces y nos invitaron a caminar hacia la oscuridad más
absoluta, donde se suponía que comenzaba la ascensión a la gran duna. Así que
como ciegos anduvimos unos metros, palpando palmo a palmo desconfiadamente.
Unos minutos después estábamos jadeando y agotados. Las piernas se enterraban a
cada paso hasta las rodillas, avanzar era una tortura. Estábamos
a punto de desfallecer cuando notamos que dos potentes brazos nos cogían de
cada sobaco, nos elevaban y trepábamos rápidamente hacia la cima, sin apenas
poner los pies en el suelo.
Del sobresalto inicial pasamos a
unas carcajadas nerviosas y agradecidas. No veíamos nada, solo sentíamos que
alguien nos estaba subiendo a pulso, como si fuéramos en un teleférico.
Ya en la cresta, aquellas sombras nos acomodaron en el suelo a la espera del
alba, uno de los momentos más mágicos que he vivido. Se hizo un silencio total
y sin pretenderlo comenzamos una emocionante meditación colectiva hasta que
llegaron las claras del día.
Con las primeras luces empezamos a
distinguir las formas, a disfrutar del espectacular paisaje que nos rodeaba, un
mar de amarillas dunas limitado solo por un cielo cada vez más azul. Por fin
pudimos ver a los amables hombres que nos habían subido, los tuaregs de un
oasis próximo, altivos, cultos,
elegantes, con sus túnicas celestes y sus turbantes azules. Políglotas, nos
hablaron a cada guiri en nuestro idioma, posaron para las fotos, nos enseñaron
a ponernos el pañuelo en la cabeza, nos contaron su vida… El silencio volvió
cuando el sol empezó a despuntar.
Después del éxtasis del amanecer, emprendimos la bajada hermanados con aquellos pastores del desierto. De un pequeño morral de piel que llevaban en bandolera, sacaron unas delicadas figuritas esculpidas en piedra que nos ofrecieron a un precio ridículo. Compré una estilizada cabra y todavía me arrepiento de no haberle dado al menos el doble de lo que me pidió.
-Dónde habéis aprendido tantos idiomas, le pregunté.
-Aquí. La duna es nuestra escuela y
nuestra maestra. La duna es la vida.
Me ha encantado éste relato corto .La obra de la La Cabra(escultura ) ,me encanta Gracias por compartir .
ResponderEliminarPrecioso regalo de domingo, otra vez.
ResponderEliminarQue relato tan bonito, muchas gracias
ResponderEliminarPrecioso!
ResponderEliminarQué fácil se hace viajar contigo....
Merzouga...bien descrita,me trae recuerdos parecidos a los que relatas....
ResponderEliminarUna maravilla de atardecer(duna rosa) y amaneceres!!.
Gracias.