LA PELOTA

 


                                                                                                                                 13/05/18.

LA PELOTA

 

                        A principios de los 60 mi familia tenía una pensión entre el centro de la ciudad y la estación de ferrocarril. Tendría yo siete u ocho años cuando un cliente fijo le regaló a mi hermana pequeña un balón grande que le había tocado en una tómbola de la feria del barrio. Una enorme pelota de plástico con muchos colorines, que mi madre colocó encima del ropero, supongo que a la espera de que la niña creciera y, dese luego, fuera de mi alcance.

                        -La pelota es de tu hermana, ni se te ocurra tocarla, contestaba mi madre amenazante  cuando le sugería que me la dejara para jugar al futbol en la calle. Sí, a diario jugábamos al futbol en la calle pese a la proximidad del centro. Las porterías eran las puertas de madera de dos almacenes próximos que casi siempre estaban cerradas. Los dos mejores lo echaban a pares o nones, hacíamos los equipos y solo se paraba cuando, muy de vez en cuando, pasaba un coche.

                        A diario soñaba con jugar con aquella gran esfera multicolor que parecía un pequeño planeta. Un día que nadie tenía balón, me armé de valor y ayudado de una silla y el palo de la escoba, logré echarla abajo y, a escondidas, llevármela emocionado a la calle. Hicimos los equipos, pusimos la dichosa pelota en el suelo y un niño le dio un fuerte boleón. Para sorpresa de todos el balón no rebotó, se quedó pegado a la pared como un sello. Y, para colmo, en unos instantes se quedó del tamaño de una bola de billar. Los niños mirábamos estupefactos sin acertar a explicarnos qué había sucedido. Me tuve que subir a hombros de uno para recuperar aquel pingajo y comprobar que se había quedado clavado en la única puntilla que había en el muro. ¡Qué puntería!

                        Angustiado, les pedí a mis dos mejores amigos que me acompañaran a casa, para que corroboraran ante mi madre que yo no había sido el que había chutado, con la remota esperanza de evitar la paliza. ¡Qué inocente! Conforme subíamos las escaleras de las dos plantas el pánico iba en aumento, porque sabía cómo reaccionaba mi madre ante mis continuas trastadas infantiles. Recuerdo que golpeé con el picaporte -una mano plomiza con una bola-, se abrió la puerta y apareció el brazo de mi madre que, sin mediar palabra, con una ágil llave me tiró al suelo. Mientras ella gritaba y literalmente saltaba sobre mis costillas, miré suplicante a mis camaradas que tenían la boca en zigzag y los ojos desorbitados.

                        Huyeron como dos ratas escaleras abajo, sin decir ni pío.

 

 

 


Comentarios

  1. Regalito bonito de domingo. Gracias Antonio por tu balón y tú valor

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  2. Ahhhjajaja.... qué arte!
    Me he imaginado la película exactamente...y lo que es mejor
    ¡En blanco y negro!😆

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  3. Antonio casi se me pasa leer este artículo de LA PELOTA hubiera sido imperdonable después de pedirte y animarte a escribirlos. Dice la RAE que una persona temeraria es aquella que acomete una acción peligrosa con valor e imprudencia y tú fuiste muy pero que muy temerario al coger LA PELOTA jajajaja. Un abrazo y esperando el próximo.

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  4. Bonito amigo...me lo contastes en vivo cuando íbamos de charla en alguna ruta.👏👏👏

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