LA FOTO

 

                                                                                                        14/03/21.

LA FOTO

 

            No sé todavía por qué recuerdo tan nítidamente ese momento, apenas había cumplido cinco años. Es como si alguien o algo hubiera incrustado en mi memoria de niño un cliché de nuestra llegada a la capital y la instantánea hubiera quedado instalada en algún rincón de mi cerebro.

            Finales de los años cincuenta. A modo de plano cenital tomado unos metros por delante, en la imagen mi madre -de luto riguroso por la reciente muerte de su madre- lleva en brazos a mi hermana, en el vientre a mi otra hermana y a mí de la mano. Venimos andando por la acera de la avenida en la que nos habíamos apeado del autobús, en la parada de la estación de trenes.

            Íbamos contando las bocacalles porque mi padre, que se había venido con el camión de la mudanza, nos había dicho que era la tercera a la izquierda. Sin embargo,  mi atención se centraba en los tranvías. Boquiabierto con ese raro medio de transporte, mi mirada infantil se dirigía alarmada al chisporroteo que producía el contacto del trole con la red eléctrica. Angustiado me preguntaba si nadie se estaría dando cuenta de aquel peligro evidente.

            Sé que con esa edad ya sabía leer. Justo en el instante de esa foto imaginaria, salía de la calle el vehículo que había transportado nuestros enseres y aún recuerdo el nombre de la empresa. -¡Mamá, mamá, ahí está el camión!

            Han pasado más de seis décadas y conservo intacto el impacto emocional de aquel traslado. De lo que no tenía conciencia entonces es que ese día comenzábamos una nueva vida. Mis padres, sí.  Habían sufrido la guerra de niños y padecido la posguerra de adolescentes y jóvenes. Su obsesión de adultos era que sus hijos estudiáramos  y no tuviéramos que vivir  las penurias que ellos soportaron.

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