EL MAGO


                                                                                                                                    28/03/21.

EL MAGO

 

            Fue alumno en mi tutoría de la segunda etapa de la extinta educación general básica, a principios de los noventa. Discreto y simpático, tenía el perfil de los chavales que caen bien a los compañeros, a los maestros y a toda la comunidad. A su carácter entrañable, añadía que siempre llevaba encima un cubilete, unos dados o unas cartas con las que hacernos un hábil juego de manos para dejarnos entre perplejos y meditativos. Alguna necesidad familiar hizo que regresaran a la capital del estado y desgraciadamente le perdí la pista.

            En el mes de febrero de hace un lustro, fui a la tacita en su semana grande acompañado de una buena amiga. Con peluca de pelo lacio negro azabache, gafas metálicas de cristal oscuro, chaqueta y zapatillas blancas, camiseta y pantis negros, brazaletes y una hora larga en el espejo maquillándonos, hicimos una entrada triunfal en el barrio carnavalesco por excelencia, disfrazados del cantante negro que se empeñó en parecer blanco. Los nativos con más arte del mundo coreaban nuestro nombre y entre  piropos y efluvios etílicos íbamos flotando, sintiéndonos el mismísimo rey del pop, redivivo por duplicado.

            Al pasar ante una cervecería metálica en la calle, noté que un cliente sujetaba a mi gemela de la muñeca y le preguntaba si yo era fulanito de tal. Mi amiga asintió, me volví y comprobé incrédulo que era mi exalumno que recorría la península con su espectáculo de magia,  trabajando de discoteca en discoteca para una importante multinacional. Apareció casi treinta años después para arruinar mi noche de gloria.

            Recuperé un amigo para siempre, pero aún me pregunto qué inoportuno esoterismo lo iluminó en aquel truco inverosímil.

            

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