VERANO DEL 97

 

                                                              

  

                                                                                                                                            01/08/03.

VERANO DEL 97

                        Está magnifico, dicen los amigos y conocidos que lo ven de vez en cuando. Y es verdad. Robert está magnífico. Se equivocan los que creen que es la bonanza lógica de la edad, porque hay miles de viejos insoportables, adolescentes perpetuos, que no mejorarían un ápice ni aunque tuvieran siete vidas para hacerlo. Se engañan  los que piensan que es cuestión de suerte y no tienen ni idea los que especulan que la vida lo ha tratado bien, lo ha mimado en demasía  y el estado de ingravidez actual es un regalo de la naturaleza.

                        Estuve con Robert en Estados Unidos durante julio y agosto de 1997. Visitamos nueve casas de seis estados. Los Bresller en New Jersey, los Brooks en New Hampshire, los Thasch en Colorado, los Campbell, Gibson Scheid, Joyce Oudkerk Pool y Landis Everson en California, los Faithfull en Conneticut  y Faithfull/García en New York. Para mi sorpresa, en todas las casas me sentí como en la mía propia. Sus habitantes formaban parte importante de la vida de Robert, y viceversa. No había pues casualidad. Las viviendas eran pequeñas galerías Harvey, en todas había un rincón con fotos enmarcadas que recogían momentos felices compartidos con Robert, que era uno más de la familia. De la familia no carnal, atención, de la familia elegida.

                        Otra cosa que se me quedó grabada de este viaje fue la forma de conocer gente, la facilidad que tiene Robert  para hacer nuevas amistades. Entrar en una perfumería para pedir muestras gratuitas, llegar a la recepción de un hotel o sentarnos a cenar en un restaurante era sinónimo de horas de conversación  con los empleados o con los clientes que inequívocamente terminaban con un intercambio de direcciones y la sensación de conocerse de toda la vida.

                        Y es que en este mundo de prisas en el que vivimos, Robert transmite la sensación de que escucha. Y lo que es peor, escucha. Se entera, se interesa, se preocupa, se emociona con tu mundo y eso desarma al más duro de los interlocutores. Estamos tan poco acostumbrados a que nos oigan atentamente, que encontrarse a un Robert pasa, si quieres y tienes tiempo, de ser un encuentro fortuito a una amistad de lujo.

                        Tengo la fortuna de conocer a Robert hace algo más de veinte años y puedo afirmar que el estado de gracia que disfruta actualmente con casi ochenta años es el resultado de un esfuerzo de superación personal que terminará sólo el día que muera. Ese es el secreto. Eso es lo que lo diferencia. Unos paran cuando terminan la carrera, otros cuando encuentran trabajo, otros cuando se casan, cuando heredan, triunfan,  jubilan, deprimen o consideran que han llegado a algún sitio.

                        Robert no. Es un luchador incansable con una meta infinita que le impide venir de vuelta, regresar con la terrible sensación de que ya ha llegado. Siempre busca, guiado por su sabiduría instintiva y una voluntad de hierro. Ha superado sus miserias y tragedias personales con dignidad, mostrando siempre su cara más amable y optimista, convencido de que su mejor aportación a los demás es su propia superación como persona. Disciplina,  mucho trabajo, mucho estudio, mucha lectura, muchas películas, muchas charlas compartidas, mucho amor a la vida, siempre pintando. Así crece.

                        Ideológicamente, también ha ido evolucionando y hoy está abiertamente en contra del papel de gendarme del planeta que ha adoptado su país y sufre en sus propias carnes la política imperialista de Mr. Bush. Afín a las tesis de Michael Moore, detesta la estupidización consumista en la que ha caído la humanidad y piensa que no con guerras sino que una redistribución de las riquezas más justa es la única forma de conseguir la paz y el acercamiento entre el primer y el tercer mundo.

                        Así que Robert Harvey está en su mejor momento como persona y como artista, rodeado de su familia elegida, sus amigos, sus perros Sara y Conan, sus gatos Spoon, Gaucín y Noel, evolucionando sin cesar y arropado profesionalmente por su galerista Alfredo Viñas, con el que ha encontrado la tranquilidad económica que necesitaba  desde hacía tiempo.

                        Como no podía ser de otra forma, su última exposición es la mejor. Disfrutémosla.

Comentarios

  1. Un texto precioso, impecable y lleno de matices para un cariñoso recuerdo a un gran amigo tuyo y un gran artista para la posteridad. Un abrazo.

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