GÓTICO

 

                                                 


                                                                                                                                                                                                                                                                             30/10/15.

GÓTICO

 

                        Lo descubrí por casualidad una mañana que llegué a la academia demasiado temprano. El autobús amarillo me dejó en la parada como siempre, pero aquel día el tráfico estaba más fluido que de costumbre y para no estar como un pasmarote helado en la puerta de la escuela de idiomas, me propuse hacer tiempo caminando por otra calle que por lógica debía salir también cerca.

                        Al final, una verja daba entrada a una espesa arboleda. Llovía suavemente y el estrecho camino asfaltado tenía una alfombra de marrones  hojas mojadas. Desde el principio me emocionó la atmósfera especial de este  pintoresco bosque de viejos castaños, hayas, encinas, robles, tilos, cedros, cipreses y pinos centenarios. Rododendros, zarzamoras, madroños, laureles, helechos y otros arbustos desconocidos para mi cerraban por abajo este paisaje sobrecogedor.

                        Todo el trayecto el sendero descendía suavemente jalonado de anónimas -para mí- tumbas decimonónicas cubiertas de hiedra y musgo. La oscura luz de otoño, el olor a hierbas húmedas, el silencio, la soledad y la compañía de las lápidas hacían de este un momento realmente intrigante, mágico, casi onírico. De una paz insólita, diría que de ultratumba. Solo las ardillas permanecían ajenas con su trapicheo cotidiano, en busca de sabrosas bellotas y castañas.

                        Pocas veces he sentido y disfrutado con más intensidad de un ambiente tan romántico y fantasmagórico. Casi al final del recorrido, a punto de salir de nuevo al casco urbano, junto a la iglesia,  estaba ella, la reina del cementerio, con su mausoleo más grande que el resto, con el corazón  de su amante, su testarudez, su feminismo militante y, por supuesto, su monstruo universal, enorme, lleno de horribles costuras, cicatrices y tornillos, más amarillo verdoso que nunca, pero sonriente.

                        Desde entonces, me levanto un cuarto de hora antes y con una extraña atracción atravieso este inquietante y sugerente paseo que, no sé por qué, enriquece mi imaginación, me reconcilia con el entorno y alegra mi jornada.

 

 

 

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