INVISIBLE
18/05/20.
INVISIBLE
La vivienda que habito está construida
sobre un aula, una de las tres que hay en las antiguas escuelas. Hace muchos
años, reforzaron con un recio muro de hormigón la cara este del cerramiento del
patio de recreo circundante, que nos separa de la carretera de entrada al
pueblo, que pasa justo por encima de ese lateral. Durante las obras, quitaron
provisionalmente la señal de tráfico de peligro niños que había a la entrada de
la curva, la arrojaron al parterre que quedó entre el muro y la carretera y la
sustituyeron finalmente por una nueva. La vieja, se fue perdiendo conforme iba
creciendo la renovada floresta del arriate, hasta desaparecer.
Pero yo observaba atenta e
interesadamente todo el proceso. La señal enterrada ejercía sobre mí una
extraña atracción. Iban pasando los años, nadie la echaba de menos y su
magnetismo hacia mí crecía exponencialmente, hasta el punto de que me sorprendí
masturbándome compulsivamente con la búsqueda de excusas y argumentos a favor
de recuperarla.
¿Y si la pongo sobre la puerta de mi
casa? Es una idea original, me decía, a lo largo de mis viajes por el mundo,
nunca he visto semejante decoración. Hubiera preferido la de peligro indefinido,
que tiene más morbo y nadie sabe qué carajo quiere indicar, pero que un maestro
que vive de ellos, ponga a la entrada de su domicilio peligro niños, me
resultaba una convincente y sutil ironía. Además, tiene su punto artístico, pensaba,
he visto expuestas en decenas de museos de arte contemporáneo un porcentaje
altísimo de ideas peores. Y rematar el rectángulo de la puerta con un
triángulo, al modo de los frontones de los templos clásicos, me parecía
ingenioso. Por si fuera poco, veía en el rojo el complemento ideal a mis azules
mediterráneos. Y el óxido, seguro que la humedad del jardín la ha oxidado, con
lo que me gustan a mí los hierros oxidados…
Cuando consideré que por fin había
prescrito el posible delito de coger del suelo un trozo de metal ignorado por
todos, me armé de valor, exhumé los restos con nocturnidad, los reparé
cariñosamente y a la noche siguiente los colgué sobre mi puerta. Confieso que
los primeros meses estuve temeroso de que alguna autoridad me denunciara y a la
vez expectante, deseando oír los comentarios de familiares, amigos y conocidos.
Han pasado más de tres décadas y nadie ha reparado en ella.
Bravo. Magnífico!!!
ResponderEliminarJajaja.... Qué buenoooooo! 😂
ResponderEliminarAntonio a veces tenemos miedo de practicar el humor!!!!
ResponderEliminarJajaja! ! Ostia es verdad! Que arte Antonio! !
ResponderEliminarAntonio, como siempre un relato impecable, elegante y esta vez, además, inaudito; un gustazo leerlo y ¡qué carga de humor! Me imagino que muchísimas respuestas según la "criatura" que te preguntara y..... ¡Lo que hubiera hecho Freud con esta historia!
ResponderEliminarUn abrazo y esperando la próxima.
Antonio, yo me acuerdo de otra señal, en una feria........ Jajaaaaaa, te persiguen
ResponderEliminarMuy bonito relato
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