LA UCI
31/03/20.
LA UCI
Nos conocimos en el avión. Si para
un vuelo transoceánico tan largo te toca un plasta en el asiento contiguo
supongo que te quieres cortar las venas, pero afortunadamente no fue el caso,
muy al contrario, congeniamos desde el primer momento.
Comenzamos hablando de los encantos
de la isla, de sus famosas playas de aguas turquesas, arenas blancas y
cocoteros, de sus decadentes ciudades coloniales, de sus extrovertidos habitantes…
pero ninguno de los dos habíamos ideado tan larga travesía solo para hacer
turismo y pronto pasamos a darle el inevitable repaso al estado de la
revolución y a sus barbudos líderes.
Las similitudes ideológicas nos
animaron y tantas horas de viaje dan para mucho. Concluidos turismo y
revolución, el clímax de la conversación llegó cuando descubrimos que los dos
estábamos recién separados, calentitos, en ese momento en el que aún el bálsamo
del tiempo no ha cicatrizado las heridas ni dulcificado los recuerdos. La
temperatura de la charla se disparó y la motivación más.
Nerviosos, nos quitábamos la
palabra, sobreactuábamos, nos llevábamos las manos a la cabeza con cada
coincidencia. La mía hizo lo mismo. La mía más. La mía peor, ¡qué sabrás tú lo
que llevo pasado!...
Cuando nos vinimos a dar cuenta
estábamos en el destino. Agotados. Intercambiamos las direcciones de forma
protocolaria, convencidos de que no nos volveríamos a ver. Él se quedó en el
centro y yo bajé al sur en tren.
Pasados los calores, llegó a mi
domicilio pidiendo cuartel otro amigo que se acababa de separar. Le puse como
única condición para convivir que sintiera mi hogar como suyo. Aceptó y ese fue
el principio de una de las relaciones más hermosa y querida que he tenido.
No había pasado apenas tiempo,
cuando volvieron a llamar a la puerta. Abrí y allí estaba con su maleta el
compañero de asiento del avión.
Llamamos a la casa la UCI y
aprendimos a reírnos de nosotros mismos.
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