EL PARTO


La historia del cierre de la Discoteca Piper´s. — alaintamellini ...
       
                                                                                                                                                                                                           07/04/20.
EL PARTO


            Terminado el bachiller superior la adolescencia se iba dejándome con más incertidumbre que cuando llegó. Me atosigaba un vacío existencial que yo mitigaba haciendo deporte. Horas nadando de playa a playa, horas dando vueltas a la pista de la ciudad deportiva, fútbol, baloncesto… el sudor y el cansancio eran mi único alivio en esa época en la que uno no sabe qué hacer con su vida.
            Tanto ejercicio sin mesura terminó agotando mis pulmones y mis pleuras se inundaron de un líquido infecto. Tuberculosis, diagnosticó el anciano especialista. Puso encima de la mesa un saco de cápsulas rosas de hidracina y sentenció: siete de estas en cada comida, no matan al bacilo pero lo aíslan. Lo que cura la enfermedad son el reposo absoluto y la buena alimentación. Vuelve en tres meses. Tras unas lágrimas, mi madre se tomó muy a pecho el tratamiento.
            Hasta tres veces repitió su veredicto inicial aquel buen médico: tres meses más. La llantera me duraba varios días. Llevaba años soñando con cumplir la mayoría de edad y me desconsolaba amargamente solo pensar que la iba a pasar tumbado en aquel camastro que mis padres improvisaron en su dormitorio. Ni las yemas de huevo con coñac, ni los bocadillos de jamón con mantequilla ni los mejores manjares aplacaban mi aflicción.
            Mis amigos del barrio me visitaban de vez en cuando y me ponían al día de sus correrías por las discotecas de un cercano pueblo de pescadores que se había transformado en la meca del turismo internacional en la última década. Cuando se iban, veía esbeltas rubias nórdicas semidesnudas por todos lados y caía en un enfebrecido onanismo inmisericorde, impropio de mi estado de salud.
            La radio fue mi tabla de salvación y por ende, la música. Acaparé el viejo receptor familiar  de baquelita negra y me pasaba el día ensimismado de emisora en emisora, seleccionando mis programas musicales favoritos. Me hice diestro manejando el dial y memoricé cada hora exacta en que tenía que cambiar de frecuencia. Acabé siendo un melómano ecléctico  y un radioyente vitalicio.
            Salí de la cama cebado como un cerdo, sabiendo que quería ser maestro.

             

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

SEGUNDAS OPORTUNIDADES

GRACIAS

LA COLECCIÓN